¿Puede un fanatismo ser racional? Si el fanatismo, por definición es una actitud o actividad que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida, irracional y tenaz en defensa de una idea, teoría, cultura, estilo de vida; ¿cómo puede algo irracional responder a la razón?
Verano del 82. La Favela. La Plata. Torneo relámpago. 30 monoblocks amarillos con 12 departamentos cada uno. Un cuadrillé lineal de ventanas oxidadas se abren a las 8 de la mañana y convidan de su intimidad al vecino: cada una ofrece ropa interior, toallas y toallones que esperan secarse a sol; miradas de nenes expectantes ante la inminente jornada; mascotas que jadean por el agobiante calor.
Una polifonía de güiros, teclados y guitarras brota de los interiores y se funde armoniosamente en la música más latina de todas, la banda de sonido de las vidas de los vecinos: cumbia. Esa cumbia que sonará “al taco” hasta la finalización del torneo a las 8 de la noche, y más.
Pastos altos, malezas, autos abandonados, vidrios y piedras en el suelo forman parte de la escenografía y los campos de juego. Los equipos están armados, los cruces también. No hay tantos botines como pies. No importa. Se apostó por plata que nadie sabe si al final del torneo habrá pago o pelea.
Arranca el torneo, la circulación de cerveza y sustancias comunitarias, y los códigos florecen.
— ¿Querés fumar? —dice uno de los pibes de la esquina del fogón.
— ¡No! No le den al pibe, eh —grita otro de escalafón barrial superior— No fuma ni toma así que no lo jodan.
Darío Britos tiene 12 años, es defensor en su equipo, pero no consume más que fútbol. Tiene muchos amigos. Dos de ellos lo serán para siempre y estarán a su lado cuando las canas aparezcan, luzcan brillantes y caigan. El resto de los chicos que corre tras la pelota de cuero gastado y lastimado se divide en dos: los unos, que no saben que sus vidas no se extenderán lo suficiente como para ser testigos de su envejecimiento; los otros, que no saben que estarán tras las rejas.
A uno de los chicos no lo dejan jugar el torneo, el padre lo cuida, no quiere que se lastime, ni consuma “cosas raras”.
— ¡Jose! —llama el padre desde la ventana—, ¡entrá, a ver si te golpeás!
Enojado José Luis Calderón entra a su casa. No sabe que el día de mañana será ídolo en el club que viste de rojo y blanco.
Hasta que cumpla 22 años, Darío, vivirá en La Favela y aprenderá de amistad, solidaridad, lucha y compañerismo; de resistencia, madurez y respeto; consolidará su amor por fútbol y su pasión por Gimnasia y Esgrima La Plata.
***
Darío tiene 47 años, poco pelo y algunas canas. Es entrenador de la categoría 2004 del Lobo, forma deportivamente y educa social y culturalmente a chicos de entre 12 y 13 años. Edad que tenía cuando competía en torneos relámpago.
Tiene una sonrisa continua en su mirada y otra que dibuja su boca al hablar. Es dueño de una calidez humana que no queda en stock. Su voz transmite calma, sus ojos pequeños reposan en paz sobre lo que observa, sus movimientos acompañan su hablar sin apuro, su hablar pausado, su hablar respetuoso y atento. Es un repartidor de cariño.
Está casado y tiene 3 hijas de entre 17 y 22 años, dos de las cuales pasaron por casi todas las disciplinas que Gimnasia ofrece: hockey, gimnasia recreativa, patín y vóley.
—Yo soñaba y decía: mirá si mi hija es una Loba, ¡qué lindo sería! —cuenta Darío—. Pero ella no quiso ir más a entrenar y está bien.
Vive cada día de su vida pendiente de Gimnasia y sus mujeres lo acompañan en la pasión. Le importa el fútbol, el vóley, el hockey y el básquet, los socios y las instalaciones. Le interesa Gimnasia. Gimnasia caminó siempre a su lado y él le jura que no la abandona.
—Gimnasia no es parte de la vida, es la vida misma.
***
Suena el teléfono.
— ¿Hola?
— ¿Britos, Darío? —dicen del otro lado.
—Sí, el mismo.
—Mirá, llamo porque el pibe que juega de volante por derecha se merece jugar en AFA y no lo están citando ni para Metro —ordena uno de los comerciantes más grandes de la ciudad.
Claro que el señor en cuestión pensaba desembolsar una suma importante de dinero para que ese chico saltara pasos en su carrera. Claro que no es el único señor que propone ese negocio. Claro que ese señor que dice ser de Gimnasia, no lo es al privilegiar sus intereses personales por sobre el crecimiento del club. Claro que Darío no aceptó. Claro que Darío no acepta jamás estas propuestas indecentes. Y no lo hace porque es un profesional y porque ama a Gimnasia, porque Gimnasia no es su trabajo, Gimnasia es la vida misma y hay que cuidarla y fortalecerla.
—Nosotros tenemos que captar lo mejores chicos para el Lobo —dice— hay gente que se cree que porque los chicos tienen un apellido importante o, en la ciudad, a su familia le va muy bien con su negocio, uno tiene que citarlo y muchas veces ese chico no tiene las condiciones.
Y si no tiene las condiciones Darío trabajará más con ese jugador, pero no lo citará a la competencia de AFA, mucho menos por presiones y coimas.
—No corresponde tratar distinto a un pibe porque llama alguien que tiene mucha plata o poder, que al pibe de la villa que anda muy bien.
Pero también tiene que lidiar con padres exigentes, esos padres que pretenden que su hijo sea un “barrilete cósmico” de una práctica a la otra, que pretenden que gambetee como Ronaldinho, que meta goles a lo Marco van Basten, que sea una bestia ofensiva como Éric Cantona y que defienda como Rio Ferdinand.
—Yo no los voy a hacer gambetear, te lo juro que no —asegura Darío—. Hay troncos y sirven porque te saca todas del fondo; ahora, a gambetear no te puedo enseñar, es pura habilidad y con eso se nace.
Él trabaja con la categoría más grande de infantiles cuatro veces por semana y los sábados juegan partidos. El objetivo fundamental es que lleguen a 9na división de la mejor manera, tengan las condiciones que tengan, venga de donde venga el jugador, se trabaja con todos para perfeccionar su rendimiento a partir de cuestiones técnicas.
—Yo te puedo explicar por qué te conviene jugar al pase, dársela a un compañero, o te puedo enseñar a hacer un control pero a gambetear: no.
Además se busca educar e inculcar valores como la honestidad, el respeto, el compañerismo y el sentido de pertenencia con el club, el amor a la camiseta.
—Son valores con los que nosotros formamos a los chicos, porque no todos llegan a primera división y los que no llegan, queremos que sean buenas personas y que recuerden haber pasado por Gimnasia con alegría, que jamás puteen al club.
Son chicos de entre 12 y 13 años, chicos en plena etapa de formación y desarrollo. Algunos tienen pelos en las piernas, otros todavía no. Algunos tienen voz más grave y profunda, y otros todavía hablan como niños. La nuez de Adán no la tienen todos, como tampoco la “remodelación” de huesos faciales. Algunos parecen hombres, otros parecen nenes. En los vestuarios se escuchan Los Redondos, pero hay mochilas de “Ben 10”. Están en desarrollo, están en formación futbolística, física y personal. El Bosquecito es una escuela, Darío más que un “profe” es un maestro. El Bosquecito es un hogar y Darío un padre. Así trabaja: con honestidad, temple, respeto, compromiso y lucha diaria. Lo hace por dignidad y en nombre del club. Por y para el Lobo.
Pero no es cualquier maestro, no es cualquier padre. Darío es quien pone la cara frente al rival, frente a las familias de los chicos, frente a los “sobornos” desvergonzados; pero es quien educa en nombre de Gimnasia.
—No soy yo, es Gimnasia.
Por eso prepara a los chicos para el partido del fin de semana y para el alargue: sus propias vidas. Por eso sabe que no puede insultar a un árbitro, que no puede generar un clima de violencia y de odio para con el rival así sean los “vecinos”. Por eso el da el ejemplo a los chicos, no fuma pero si lo hiciera, no fumaría delante de ellos. Educa con el ejemplo. Educa como un padre y un maestro. Educa en nombre de Gimnasia. Como Gimnasia. Él es Gimnasia.
***
Cuatro mil ochocientos setenta y ocho. Ese es su número de socio tripero. Diecisiete los años que tenía cuando se asoció. Treinta los años que hace que paga ininterrumpidamente la cuota social. Es vitalicio del club.
Vivió y recuerda con dolor y orgullo el “cuadrangular de la muerte” de 1979. Ese cuadrangular que Gimnasia compartió con Platense, Chacarita y Atlanta. Fue el mismo año en que Carlos Dantón Seppaquercia convirtió el gol más rápido de la historia: a los 5 segundos de haber empezado el partido y pateando de mitad de cancha. De esa desquiciante competencia sólo uno se salvaba del descenso. No fue Gimnasia.
Pero Gimnasia curó ese dolor y resurgió en la campaña del ´84.
—Pude estar en el ascenso: en la cancha de Racing y el 30 de diciembre acá en el Bosque, hermoso.
Estuvo en el metegol de madera de 1 y 57 el día del clásico número 100, en 1985. Gimnasia recién ascendido volvía a cruzarse con su rival después de 7 años. El Loco Fierro volvía a pintarles la cara a los vecinos: se subió al alambrado, cruzó toda la cancha corriendo como un lindo demente, trepó al alambrado de la otra cabecera y recuperó un “trapo” tripero y lo regresó a la guarida. Ningún “hincha rojo y blanco” hizo sonido alguno. Darío estaba en esa guarida, esperando y ovacionando la actitud del querido Amuchástegui.
Siempre siguió a Gimnasia: a todas las canchas, de visitante, de local, campeonatos, subcampeonatos, descensos. Siempre.
—Yo iba con la barra y fui a la B, he ido en tren a la cancha, a la Bombonera de noche y cuando pelamos el trapo gigante en la cara a los bosteros –dice con una sonrisa pícara-, fui a la cancha de Platense, con los tira piedras de Saavedra.
Ya en el nuevo milenio participó por algunos años de la Agrupación Azul y Blanca que, a su vez, colaboraba con el club en las áreas donde más voluntarios se necesitaban. Algunos compañeros suyos e integrantes de la Azul y Blanca fueron directivos más adelante como el Ingeniero Daniel Galli y el contador Juan Carlos Escanda.
Darío, particularmente, fue miembro del Departamento de Fútbol juvenil junto al Juan Carlos Mancinelli una eminencia en su labor. Hace muchos años que tiene su oficina en la sede social de calle 4 y se encarga de la planificación, los fichajes de los juveniles, la ropa, va a los partidos y se encarga de la seguridad y las ambulancias.
—Yo iba y colaboraba, hacía el inventario de la ropa, los sábados me subía en los colectivos con los juveniles por si se rompía el micro, hacía las viandas —cuenta Darío.
Fue de gran ayuda para el Lobo pero también le sirvió a él para tener contacto con los planteles, con la rutina, comenzó a observar la función de los entrenadores y el manejo con el grupo. Su camino estaba marcado. Su destino estaba escrito y lo estaba descubriendo.
—Ahí mi carrera empezó a tomar forma… —se interrumpe el relato, Darío queda mudo. Ya no estaba ahí, sino mirando la televisión. Su narración queda suspendida porque Neymar acaba de picarla en el Camp Nou para estampar un 2 a 0 del Barcelona sobre el Celta.
Darío está enfermo. El fútbol es el virus.
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Cuando terminó la secundaria empezó el profesorado de Educación Física pero al año y medio lo dejó por el fútbol. En Bahía Blanca le pagaban unos pesos por hacer lo que le gustaba: jugar a la pelota. Se fue.
—Siempre compartir cancha y vestuario suma experiencia —dice— yo puedo mirar y decir: qué lástima que no termine la carrera, tendría un laburo estable, pero si no hubiera tenido vestuario por ahí no podría estar dirigiendo.
El vestuario le dio experiencia en la resolución de conflictos entre compañeros, le dio herramientas que edificaron valores, que dieron forma a aquellos que mamó en La Favela y que más tarde inculcaría en sus dirigidos.
Jugó al fútbol a nivel liga, en la Villa San Carlos cuando estaba en la D; en ligas del interior, en los viejos “regionales” que hoy son: Argentino B y Argentino A. Fue a jugar a Coronel Suárez. Acá en La Plata, en la liga de Magdalena, en la liga de Chascomús. Siempre jugando al fútbol, siempre ligado a una pelota. Esa misma pelota de cuero maltratada y lastimada en La Favela, esa misma que hoy lleva debajo del brazo a los entrenamientos, esa misma que sigue con la mirada en la cancha, esa misma que picó Neymar, esa misma que pateó tantas veces. Esa misma pelota que nunca lo empachará.
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Trabajar con Mancinelli lo ayudó a decidirse por hacer el curso de DT entre el 2003 y el 2004.
—En el momento que empecé a hacer el curso estaba terminando de jugar en la liga y el técnico de primera me ofrece dirigir la reserva en El Cruce —cuenta—. Así que mientras hacía el curso, dirigía y me servía como práctica.
A Darío, mágicamente, un compañero de liga lo acerca a Pedro Troglio, por entonces DT de Godoy Cruz de Mendoza en el Nacional B, para que le hiciera los informes. Como “El Tomba” jugaba con los rivales que dejaba Defensa y justicia, Darío siguió toda la campaña de “El Halcón”.
—Como por arte de magia, también, Pedro viene a Gimnasia y yo le sigo haciendo informes para primera división —dice—. Ese fue mi posgrado, yendo cada día a Estancia Chica.
Participó, observó e informó de todos los entrenamientos de las campañas 2005 y 2006. No daba indicaciones, se limitaba a darle la “carpetita” a Troglio. Esta etapa fue, sino la más importante, la que recuerda con más afecto y agradecimiento. Junto a Pedro conoció la más pura sencillez humana. Un Pedro que había hecho inferiores en River Plate, que había compartido habitación con el “Pájaro” Caniggia, que jugó en Japón y en Italia, que jugó un mundial, que jugó la final del mundial, que marcó un gol en un mundial. Un Pedro que jamás uso todo su currículum para sacar ventajas personales, un Pedro que le pagó de su bolsillo y eso, Darío no lo olvida.
—Se lo puede cuestionar como técnico, si hasta a los más grandes se los critica, pero Pedro tiene una humildad enorme; sus primeras palabras hacia mi fueron: vos opina de lo que te parezca acá porque sos tan técnico como yo —recuerda—. A mi Pedro me marcó para siempre.
El significado de “magia” es: conjunto de conocimientos y prácticas con los que se pretende conseguir cosas extraordinarias con ayuda de seres o fuerzas sobrenaturales. Y para Darío ese ser sobrenatural es Pedro y su humildad es su fuerza divina.
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En las categorías infantiles tuvo dos períodos: de 2007 a 2010 y desde 2013 a la actualidad. Atravesó cambios de comisiones directivas, deudas, cheques falsos, cambios de coordinaciones, reclamos de refacciones en el Bosquecito.
En el medio de los dos períodos, “lo fueron” de Gimnasia en medio de un cambio de gestión, sin previa explicación. Darío continuó buscándose el mango como entrenador en Villa San Carlos y manejando un taxi que aún mantiene. Jamás se le cruzó por la cabeza hacerle un juicio al club. Hacerle un juicio a Gimnasia es como asesinar a la propia madre. Valores y más valores que sólo un tripero conoce, que sólo un gimnasista lleva a la práctica. Valores y códigos del pueblo unido.
Una pasión escondida
—Yo era un hincha fanático y enfermo, pero en el curso de técnico me hicieron más racional, como que me sacaron la pasión.
Gracias a su profesión entendió que ser futbolista es un oficio que requiere habilidad manual o esfuerzo físico, aprendió a respetar el trabajo del otro por lo que, ya no putea a entrenadores ni a jugadores cuando va a la cancha. Quizá entienda que tal o cual no tiene nivel para estar en primera división, opina, debate, pero no putea. A esto él lo llama ser un “hincha racional”.
—Es muy fácil putear enseguida, a lo mejor es la primera y por ahí le rebota al jugador y lo putean —dice—. Es la primera, esperá un poquito que por ahí hace un gol y te tapa la boca.
Este “hincha racional” recuerda haber festejado, revolcado en el piso, con una locura exacerbada por el odio —siempre racional, claro— hacia los de 1 y 57, el gol de pechito de Lionel Messi a los 109 minutos en la final del Mundial de Clubes y que puso 2 a 1 arriba al Barcelona.
—Messi no me debe nada —dice con firmeza y guapeza bien triperas—. Además, se le escapó a Verón y la metió de pecho, ¡de pecho! Que le vengan a decir “pecho frío”, ¿adónde frío? Hermoso ese pecho.
El mismo “hincha racional”, en el año 2006 agarró la carpa que usan para las vacaciones y se fue con su hija más grande a Estancia Chica, en el medio del campo, alejados de la ciudad. Ellos dos en la carpa, algunos dirigentes en la Casona. Todos aislados y desconectados de lo que se vivía en la ciudad. Boca Juniors perdía la final del Apertura 2006.
Al mismo ser racional si alguien le dice que no le interesa el fútbol, decide no hablarle más.
—No tenemos nada de qué hablar, nada en común.
Darío, ese ser que se considera a sí mismo un fanático racional pero la pasión irracional lo condena a estar, divina y mágicamente, perdido de amor hacia Gimnasia; ese padre del corazón y simbólico de tantos chicos, tantas generaciones que pasan y que lo recordarán toda su vida por haber sido quien les marcó el camino de la honestidad, el respeto y la importancia de ser buenos tipos. Darío, ese amigo ejemplar, ese hombre agradecido a la vida, a los pequeños gestos, a la humildad de las personas; ese jugador de torneos relámpago en La Favela e informante en primera división en una de las campañas más gloriosas de Gimnasia. Darío, ese colaborador gimnasista que vive por y para el Lobo, ese Lobo que pudo haber sido campeón mil veces, pero él lo quiere como es ahora; ese Lobo que tuvo dirigentes que lo dejaron sin trabajo pero al que decidió volver sin el más mínimo reproche.
Darío, ese enfermo por el fútbol, quien dice que Gimnasia es una forma de ser y para quien el Lobo es la vida misma. Darío quien asegura ser una persona racional es, como todo tripero, un fanático desmedido y tenaz. Pero, sobre todo: irracional. Porque Gimnasia es locura, el tripero es demente y los locos de verdad, creyendo poder volar son felices.
—En el curso de DT me sacaron la pasión… o por ahí, la escondieron.
Por: Gisele Ferreyra / @PiruGisele
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