Terapia

PH: Javier Genoni

Un cuento escrito por Agustín Sidoti para @unapelotadecuentos

El auto había quedado completamente detenido hacer un par de minutos. El semáforo, frente a los ojos de Alejandro, había cambiado de rojo a verde en dos oportunidades, pero la larga fila de autos que tenía por delante no le permitía siquiera ganar un par de metros. A pesar del contratiempo, aún conservaba algo de paciencia, sabía de antemano que el tráfico era inevitable. En el asiento trasero, para hacerse notar, Felipe venía haciendo puchero desde hace más de veinte cuadras. De vez en cuando, bufaba acompañando la queja con un repentino pataleo. Para no darle el gusto a su capricho, su padre lo ignoraba tiernamente.  

Alternaba miradas en el espejo retrovisor y el camino que tenía por delante. Cuando era descubierto por su hijo fingía estar acomodando el espejo, esa actitud lo fastidiaba aún más. Alejandro se reía en silencio al ver los intentos desesperados de su hijo por llamarle la atención. Para hacer más creíble aún su desinterés prendió la radio, subió el volumen para que la música en idioma extranjero silenciara toda posible queja. El pataleo proveniente del asiento trasero se hizo notar con fuerza. 

—No quiero —Felipe por fin materializaba en palabras su fastidio. 

—¿Dijiste algo?—se burló su padre—. No estaba escuchando, esperá que bajo la radio. 

—No quiero. 

—¿Qué baje la radio? La subo si querés. 

—No quiero ir. 

—Bueno pero igual vas ir —justo cuando pensaba que no llegarían a tiempo, pudo poner primera y cruzar la ochava, por fin continuaban el viaje. 

—Volvamos a casa. 

—Vamos a volver después de ir a dónde dijimos con tu mamá. 

—¡Estoy diciendo que no quiero! —con cada palabra, parecía abrazarse más fuerte en un intento desesperado por dejar en claro su fastidio. 

—¿Sabés lo que pasa? No siempre se puede hacer lo que uno quiere. Hay veces que tenemos que hacer cosas que no nos gustan. Pero son cosas que después nos van a hacer bien. Nos van ayudar. 

—¿Cómo qué? —Felipe, estaba en esa etapa de ser un cuestionario andante. 

—Como cuando tenés que ordenar tus juguetes—se sorprendió por su veloz ejemplo—. ¿A vos te gusta ordenar los juguetes? 

—No. 

—No te gusta pero igual lo hacés. Porque sabés que si no ordenás, te podés tropezar y lastimarte o se pueden romper si alguien los pisa. Mirá si se rompe uno de tus juguetes, no te gustaría que pase eso —lo miraba por el espejo retrovisor, se lo veía convencido—. Entonces para que eso no te pase, hacés algo que no te gusta pero que después te va a hacer bien. Por eso los guardás, aunque no te guste. 

Felipe, se quedó en silencio, procesando la información. Alejandro, se sentía el mejor padre del mundo. 

—No quiero —Felipe, lo hizo volver a la realidad. 

—Es así —sentenció Alejandro —. Ya la escuchaste. Si tu mamá lo dijo, hay que hacer caso —esa parecía ser la mejor opción para explicar el motivo del viaje. 

—Pero decile algo —reprochó fastidioso Felipe. 

—No sé si entendés: si tu mamá dice algo, hay que hacer caso. —dijo de manera lenta y segura. 

—Pero está loca. 

—Sí, en eso tenés razón —su hijo no entendió la ironía—, pero si ella dice que tenés que empezar  

con el psicólogo hay que hacerle caso. 

—Pero no quiero. Ir al psicólogo es de viejo.  

—Tranquilo, te va a gustar. Ya llegamos. 

El auto se detuvo frente al club, el escudo de Gimnasia se veía imponente. Miles de personas caminaban con un mismo destino, cantando y gritando sin pudor su amor el club. A dónde mirara Felipe los colores azul y blanco predominaban la escena. Banderas, remeras, gorros, todos con los mismos colores, rodeaban ahora el auto. 

—¿Y esto? —Felipe estaba confundido, no lograba salir del asombro. 

—Si esta terapia no te hace bien, me doy por vencido. 

—¿Vos también hacés? 

—Por supuesto, desde que era más chico que vos. Créeme, te va a hacer bien, no conozco mejor terapia que el fútbol. 

Se tomaron de la mano, juntos entraron por primera vez al Bosque, sin dudas esa no sería la última. 

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