El tipo que nos alquiló el departamento en Mendoza tenía un perro que se llamaba Pedro.
Me enteré cuando nos despidió a los siete en la puerta del monoambiente para cuatro en la calle Gutenberg. Nos regaló un malbec mendocino. Se llama “El Recuerdo”.
No fuimos los mejores inquilinos y apenas vimos al buen señor. Sólo dormimos un par de horas y nos duchamos para sacarnos el peso de los 1200 kilómetros. Sin embargo, cuando le devolvimos la llave, se tomó unos minutos. Quiso hablarnos.
Nosotros teníamos los párpados hinchados por la inflamación que produce el llanto incesante, y con ojeras lógicas. Lo escuchamos con congoja.
Sólo quiso hacernos llegar su admiración y aprecio por Gimnasia. Era de River, y dijo que, como nosotros, hubiese preferido otro resultado. Es que siempre nos quiso, dijo. Y pidió que no no le preguntemos por qué, porque no tiene una respuesta.
Por eso nos dio el regalo.
Mis compañeros de pasión estaban todos amuchados en el Gol y yo esperaba cual Tetris, mi espacio para ingresar.
“Vamos Pedro, vení a despedir a los chicos”, escuché que le dijo al pequinés, y tuve que corroborar: “¿Cómo se llama?”
“Pedro”, reafirmó. “Está viejo pero no sabés lo fiel que es”.
El nuestro también… pensé.
Me subí al auto y me quedé pensando, entre lágrimas, claro. No hay que sentir vergüenza ante el dolor genuino producto de un profundo amor.
Para mí se trató de una señal divina. Lo del perro, digo. Cómo que alguien o algo nos estaba queriendo decir algo. O que Pedro es un perro o que banquemos a Pedro porque él fue quien nos llevó hasta ese lugar.
En el primer caso, recordé el cuento de Hernán Casciari en el que dice que Messi es un perro y lo compara con su mascota Totín. (Más de uno debe conocerlo). En el relato dice: “Son muchísimos pedacitos de patadas feroces, de obstrucciones, de pisotones y trampas, de zancadillas y agarrones traicioneros; nunca las había visto a todas juntas. Él va con la pelota y recibe un guadañazo en la tibia, pero sigue. Le pegan en los talones: trastabilla y sigue. Lo agarran de la camiseta: se revuelve, zafa, y sigue”.
Y todo concuerda con Pedro Troglio. Un buen tipo. Pero bueno de verdad. Honesto y sobre todas las cosas, luchador. Gente que reúna todas estas cualidades, créanme, escasea. Él dejó la comodidad emocional y económica por volver. Por volver por tercera vez a atender un paciente agonizante que sólo responde a su antídoto. Pedro lo sabía, por eso regresó.
Pero la segunda opción tiene un vínculo estrecho con la primera, lo que hace que la cuestión del pequinés del departamento cobre mayor veracidad divina. No se pregunten cómo, pero sucedió. Así como en sus etapas anteriores.
En 2004 comienza su carrera como técnico, precisamente, en Mendoza. Renunció a su cargo en Godoy Cruz y llegó a nuestro Club en 2005, reemplazó a Carlos Ischia como DT y encarriló al Lobo. Tanto que lo dejó a tres puntos nada más del Boca campeón. En el 2011 vino de nuevo y estábamos en la B. Ascendimos. Obra y arte de su compromiso y trabajo.
Y ahora vino otra vez. Muchos puntos son los que tenemos que hacer para dejar de lado los malditos promedios. Y este señor, Pedro, nos empujó a un sueño. Todos juntos vivimos una final, después de 24 años. Una caravana a otra provincia después de tantos otros. Unión y fidelidad por nuestros colores y por el otro.
Lo experimentado el jueves en Mendoza se lo debemos en gran parte a nuestro Pedro. Ese que se emociona al hablar de Gimnasia, ese que te abraza al saludar, el que deja todo por ayudarnos, el solidario, considerado, honesto y trabajador.
Hoy es quien dice “tener un dolor muy grande”. Como nosotros, todos. Pero estamos profundamente agradecidos del momento regalado, lo merecíamos.
Así que seguí pensando en la ruta camino a La Plata. A lo mejor lo del perro se trató sólo de una bendición, o algo así como un broche de oro al sueño que nos tocó vivir.
¡Que se yo! De lo que estoy segura es que, como el dueño del pequinés mendocino, nosotros también tenemos un Pedro viejo, “pero no sabés lo fiel que es”.
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