Cuando Maradona se calzó la gorra blanca, aquella tarde en su casa de Bella Vista, y aseguró que llevaba «a toda la gente del Lobo» en el corazón mientras se golpeaba el pecho, nació un romance. Es que Gimnasia y Diego, Diego y Gimnasia, se eligieron en un momento de sus vidas para salir adelante, juntos, de las pésimas realidades en las que se encontraban inmersos.
Por un lado, el Lobo estaba en zona de descenso, necesitado de un entrenador que, con la salida del «Indio» Ortiz, tuerza el destino de un barco que iba derecho a la B; por otro, Maradona (que estaba inactivo y visiblemente deteriorado físicamente después de la operación de su rodilla) precisaba algo que le dé una inyección de vida. Así empezaron a caminar de la mano.
En esta historia, hay que decir que Gimnasia y su gente de entrada se ilusionaron con su nuevo compañero y le juraron fidelidad, materializada en vigilias y caravanas, fiestas y bancas a pesar de duras derrotas. Una fidelidad pura y genuina, que terminó por volverse ciega, porque llegó a situar al Club por debajo de la imagen del mejor jugador de todos los tiempos. «Es que es Dios», argumentaron muchos.
De todas maneras, esa fidelidad fue muy diferente a la de Diego, que nadie va a dudar que realmente se enamoró de Gimnasia, pero por poner el nombre del Presidente por encima de la institución que le dio cobijo, la transformó en desplante repentino.
Lo de Diego es un desplante, sí. Porque el hincha estuvo y, pese a todo, siempre estará orgulloso de que Maradona, el guerrero que se mete en el barro para defender a los débiles, haya dirigido a su equipo para renovarle la esperanza, pero también quedará dolido porque su líder se fue y dejó tierra arrasada. Y más aún teniendo en cuenta que el «10» había dicho que no se iba a ir como si nada.
Hoy el barco, que comenzaba a enderezar el rumbo con su Capitán, va de nuevo derechito al Iceberg.
Está claro que Diego intentó generar una unidad en pos de «todos juntos» salvar a Gimnasia del descenso, pero como en la arena política Tripera no están dadas las condiciones, terminó por irse. Ahora bien, también dejó un enigma: si Pellegrino se hubiera presentado a elecciones ¿Diego hubiera ponderado la «unidad» o, por el contrario, hubiera salido a darle el apoyo a su «presi»?
En el comunicado que recientemente largó en su Instagram personal afirmó: «La unidad, el objetivo soñado por todos, lamentablemente no pudo ser, desconozco el por qué». Desconocer el por qué es no haberse dado por aludido a esta coyuntura política, en la que se sabía que no iba a ser posible porque, entre otros factores, Gimnasia Grande está firme en sus convicciones y quiere ir a elecciones, algo totalmente válido.
Maradona entabló una relación fuerte con Gabriel y se fue porque Pellegrino no tiene lugar en la nueva CD, pero los medios hegemónicos (que huelen la sangre como tiburones) ya hablan de que vino «a hacer vidriera» o que, al final de cuentas, «el Club tanto no le interesaba». Diego, sin querer, terminó metiendo el dedo en la llaga.
Maradona es impredecible y puede que termine, en el corto plazo, dirigiendo a otro club argentino o se vaya a vivir al exterior.
Maradona es impredecible, aunque seguramente cada vez que recuerde al hincha y al Club demostrará amor, aunque rápido terminó.
Maradona, el impredecible, intentó «la unidad» pero quedó en falta con el pueblo tripero porque se fue sin siquiera decirle «adiós».
Maradona, el impredecible, está más allá del bien y del mal como quien dice, pero no está por encima de Gimnasia y, lamentablemente, faltó a su palabra.
Maradona es impredecible y el hincha siempre lo supo. Pero el hincha, fiel por naturaleza, esperaba otro gesto de grandeza, y es quien termina saliendo herido de este romance trunco, que será recordado con un regocijo especial, pero también con un dejo de dolor.
Lamentablemente, el de Gimnasia y Diego, Diego y Gimnasia, terminó siendo sólo una especie de amor pasajero, a menos que Diego, el impredecible, caiga en la cuenta de que Gimnasia es quien lo devolvió a la vida.
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