Fiel, en tu magia

¿Cómo puedo explicarte algo que se lleva en un sentimiento, desde siempre? Ser de Gimnasia es cerrar los ojos y soñar despierto. Es El Bosque temblando, con toda la gente gritando y saltando, disfrutando de la misma sensación que vos. ¿Quién se quiere ir de Casa cuando vamos? Por ahí pasó tu viejo. Pasaron tus tíos. Están tus amigos, tus primos, tu vieja. Alambrado, escalones, paravalanchas. Magia tripera. Podrían encerrarnos en El Bosque meses. Allí estará la familia. La gran familia. La que tiene gente que no se conoce entre sí pero te da un abrazo de gol cuando la pelota se mete en el arco y estalla la euforia. Ahí estamos todos. Ése es nuestro lugar.

Camiseta, colores; vibración. Vibrar Gimnasia. En la semana, todo el tiempo. Llegar a la cancha, pisar fuerte y pensar que tal vez aguardaste ciertamente mucha espera hasta que ese momento por fin llegara. Entrás y vas a tu lugar, directamente. Vas cantando lo que entona la hinchada y relojeando qué pasa en el verde césped, si ya está desplegada la manga del Lobo para que nuestra gente salga a jugar el partido. «Nuestra gente»: estar en este club es formar parte de la gran familia. Sea un año, dos o toda la vida. Quien viene debe entenderlo así, y quien nos falte el respeto como tales debe llevarse un repudio generalizado y una condena tal que no vuelva a aparecer por nuestras tierras.

Cada uno lo vive de una manera particular, claro. Somos personas. Están los más tranquilos y aquéllos que se desviven en cada canción. Están los que critican de enojo o desquite. Están los que perdiendo, ganando o empatando, siempre tiran para adelante. Diversidad. Ni mal ni bien está, simplemente nos diferenciamos entre un mismo pálpito. Al fin y al cabo, la esencia pervive; prevalece la unión. La participación en las fiestas de nuestro escudo nos enseña nuevamente, y nos muestra dónde estamos, de qué fenómeno hermoso formamos parte, y cómo volvemos a renovar nuestra fe por esta bandera expectantes ante lo próximo que nos regalará y aquello que nos deja cada día y cada noche, que es la tradición. Una hermandad, vigente hasta que nosotros mismos partamos hacia la tercera bandeja, y lleguemos a mirar desde arriba lo que nuestros pibes harán para engrandecer esto que no sabemos explicar exactamente, pero que nos hizo tan bien siempre.

«Me vas a matar, Gimnasia»; por supuesto que no es una frase inusual ni mucho menos. Porque el amor, la dependencia, a donde volvemos cada vez sin importar qué, cómo, dónde o cuándo, es ahí, a encontrarnos con nosotros mismos en ese grito de aliento o en esa canción común que nos junta, como si hubiéramos nacido todos de la misma panza, de las mismísimas entrañas del sagrado Bosque. El laburo, la familia, la guita, la salud. Miles de quilombos encuentran final momentáneo por un ratito. Es cuando nos preparamos para meternos de lleno otra vez en esos colores que llevamos puestos desde pibes. Que amamos tanto que no nos podemos despegar de ellos ni aunque nos vayamos lejos, muy lejos. ¿Cómo te voy a olvidar? Van pasando las etapas, voy pasando yo, y en el Lobo siempre me hallé igual, pegando la boca a la tela azul y blanca, sin sacarla de ahí, llorando de emoción, de enojo, de rabia, de alegría o de enfermedad. Nunca, nunca soltándote; para que me sientas a mí también con vos, Gimnasia. Para que veas que estoy ahí, fiel, en tu magia.

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