Camino las calles con mi viejo y mi hermano. Pateo cuadras en las que laten historias, así como yo también tengo las mías para contar. Y ésta te incluye.
Andando por diagonal 79 llegamos hasta la tradicional esquina de 1 y 60, donde percibimos el primer puesto de choripanes de nuestro paisaje dominguero. Doblamos por 60 y nos adentramos ya ahí en un terreno exclusivamente tripero. Todo es azul y blanco a partir de ese entonces. Entre charlas relacionadas con los cambios que pone el técnico para este partido y la gestión de la comisión directiva, giramos por avenida Centenario y vamos llegando al lugar donde solemos soñar despiertos; El Bosque luce encantador. El triperío se prepara para una nueva cita y abrimos de nuevo el ritual. Este ritual que es mi escape. El bendito refugio que me salva.
Lentamente entramos en manada. Los controles policiales son parte de la costumbre, y mostrar el carnet que nos identifica como parte de la familia abre el ingreso definitivo al glorioso Juan Carmelo Zerillo. Por fin llega el momento más pensado y esperado de la semana. Otro reencuentro en Casa; donde siempre queremos estar. Atractivo inseparable de mi existir, el templo me saluda celestial y yo, por dentro, agradezco profundamente. Cierro los ojos unos segundos para perpetuar esa sensación en mi corazón. Quiero vivir con esta emoción. Y moriré por tu bandera.
Paso por fuera de la entrada a los baños y me topo con las primeras señales del verde césped. Alrededor, los miles de hermanos que llegaron antes que yo hacen música con su aliento incondicional, aguardando la salida de los 11 guerreros que defenderán los colores que nos representan. El cemento ruge identidad. «Acá estoy, otra vez… en las malas nunca abandoné» cita una de las canciones que elevamos al cielo. Y no, ¿cómo te voy a abandonar, si me das todo? Nunca me voy a alejar de vos. Me chupa un huevo el resultado. Ir a la misa de cada fin de semana va mucho más allá de un número.
Te amo con locura Gimnasia, y cada día te amo más. 3 años tenía la primera vez que entré al Bosque. Miles de momentos viví ahí: mi viejo transformó ir a ver un partido de fútbol en algo mucho más especial. El Lobo se hizo religión; una causa impregnada en la piel. Y quizás fue lo único que siempre estuvo, eso que nunca me dejó solo. Donde pude encontrarme cuando andaba algo perdido. El aliento de todos los triperos te lleva a una realidad mágica. Vivirlo es una canción de amor que el tiempo no podrá matar jamás.
93 cumple mi casa. Y quiero que sea eterno. Símbolo primero de nuestra identidad; nuestro, para siempre. Feliz cumpleaños al monumento de mis emociones. Feliz cumpleaños a nuestro gran tesoro. Brindemos y festejemos un año más donde estamos orgullosos de pasar la vida. A donde siempre vamos a volver. Aunque nos caigamos. Aunque creamos que ya nada queda. En Casa todo es mejor.
¡FELIZ CUMPLEAÑOS, BOSQUE DE MI VIDA!
Dejar una contestacion