Ella lo abría con una llave muy vieja y del baúl brotaban goles perdidos, penales errados, equipos derrotados, y los goles perdidos entraban al arco, la pelota desviada corregía su rumbo y los perdedores festejaban su victoria. Y aquel partido al revés no iba a terminarse nunca, mientras la pelota siguiera volando, y el sueño también.
Los hijos de los días
Eduardo Galeano.
Recorrí despacio esa calle 53 que en aquella época del año estaba cubierta de hojas de plátanos. Sentía placer al caminarla porque me hacía sentir como en la ciudad de antaño.Los paredones de ladrillo de la catedral de un lado, las rejas de la curia del otro y la amplitud de la plaza enfrente daban una imagen de la ciudad que trascendía el tiempo. Crucé el empedrado irregular de ambos lados de la rambla y después la antigua vereda. Llamé en un portón de hierro y esperé hasta que me abrieron. Me atendió una monja a la que le dije que venía a ver al Monseñor. Me hizo entrar y me acompañó por un sendero sinuoso de ladrillos entre tuyas y rosales. Después, subimos unos escalones, abrió el portal de hierro que daba al jardín, y entramos a un salón grande de pisoimpecable. Me pidió que me sentaray esperara que ella iba a avisar. Desde ese sillón de madera tallada me sentí transportado al Renacimiento. Me rodeaban cuadros de figuras religiosas y esculturas.Cuando la monja volvió subimos por una escalera de mármol hasta el dormitorio del Monseñor. Me presentó y me dejó con él. No me conocía. Yo iba en reemplazo de su médico que estaba de viaje.
—Mucho gusto de conocerlo doctor.
—Me dijo.
—Tome asiento.
Acerqué una silla a la cama con mucho cuidado para no patear una bacinilla que estaba junto a la cabecera. Uno de los actos más imprudentes y demostración de impericia que puede cometer un profesional es patear ese recipiente. Charlamos un poco sobre los síntomas respiratorios que lo aquejaban, sobre todo la tos que le era muy molesta. Me dijo que se acompañaba de mucha expectoración. Entonces quise ver la característica del esputo ya que eso me iba a dar información muy útil para el tratamiento. Me agaché para ver la bacinilla y entonces algo me detuvo. Le dije: -Perdone Monseñor pero yo no lo voy a poder atender. Va a tener que llamar a otro médico.
Sorprendido, me dijo —¿pero qué pasa? ¿Por qué me dice eso?
—Porque usted tiene la escupidera apoyada sobre un escudo de mi club—, le contesté.
—¡Ah, me tocó un médico tripero! Perdone, es una rifa del club; no se enoje que los estoy ayudando…
Reímos, y para defenderse me contó lo siguiente: —Mire que cuando yo tenía quince años fui varias veces a la cancha a ver al Gimnasia campeón del 29. Era un equipazo. Jugaban Scarpone en el arco, Delobo en la defensa y Curell en el medio. En la delantera Pancho Varallo, que después pasó a Boca y con la selección fue al primer mundial, el del 30 en Montevideo. Yo me acuerdo de algo que muy pocos saben y es que el día que se jugó la final con Boca perdían uno a cero al final del primer tiempo y en el segundo Gimnasia lo dio vuelta y salió campeón con dos goles de Martín Malianni. Fíjese que siendo el goleador de aquel día pocos lo recuerdan. Lo habían traído ese año de Lamadrid, por los pagos de su amigo. Le consiguieron un trabajo de cajero en el Banco Provinciapara que pudiera venir porque en ese tiempo no eran profesionales¡Qué época! Al año siguiente Gimnasia hizo una gira por Europa y él no pudo ir porque no le dieron permiso en el banco. Es increíble, pero hay que pensar que eran amateurs, en esa época se viajaba en barco y la gira duró cuatro meses. Pero, se perdió una hazaña, con triunfos contra el Real de Madrid y el Barcelona. Cuando su amigo vuelva del viaje cuéntele del “goleador de Lamadrid”.
Después de su relato volvimos a la consulta. Le recomendé unas inhalaciones de vapor y un antibiótico. Le hice la receta y cuando me despedí me dijo:
—Adiós, gracias por venir. Ojalá que vuelvan a salir campeones. Siempre les faltó suerte.
—¿Suerte Monseñor?—, le dije
—Me extraña que usted hable de suerte. Podría ser que nos faltó siempre alguna ayuda de sus amigos. Y nos la merecemos ¿no? Después de todo,lo que nos caracteriza es hacer siempre lo que ustedes predican: “No hay un amor más grande que el de que lo da todo sin pedir nada a cambio”.
—Tiene razón, doctor. Bueno, entonces le prometo que voy a rezar por ustedes.
Lo saludé y me fui. Al salir de aquella casoname detuve de nuevo en la calle antigua.Todavía me sentía trasladado en el tiempo por el ambiente y el relato. Pensé en aquel goleador que una tarde alcanzó la gloria y al otro día renunció a ella. Por qué habrá sido. ¿Lo habrá hecho por no perder un sueldo de cajero o por defender convicciones y valores superiores? Pensé en su familia, en la crisis del 30. También el dilema que habrá habido en ese tiempo entre amateurismo y profesionalismo. Pensé en el “dar todo sin nada acambio”.
POR ROBERTO MANUELE.
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