El fan de su mejor amigo

“El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón para ganar sus batallas.

Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no poseen sus enemigos,

porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a corazón.”

Eva Duarte

 

Me contaron que había un fan. En realidad, el fan. Pero en Gimnasia hay miles de fanes. Pero este es distinto. Y sí, porque la fidelidad a la Azul y Blanca lo distingue. Sigo sin entender, este fan es como todos entonces. Sí, pero diferente. No se trata de exponer a cada sujeto de sangre ardientemente azul a una especie de triperómetro que mida el grado de lealtad por su club y, a partir de ahí, trazar divisiones –inertes, por cierto– en la consecución de logros individuales. Jajá. Sí, me río en medio del relato porque el gimnasista que escribe y el que lee sabe que somos todos o no es ninguno. ¿De qué individualidad hablamos, entonces? De ninguna. Pero éste sí que es distinto.

Obviamente se me dio por conocer esa singularidad. Fue en 2017 a pocos días de su cumpleaños. Una tarde platense oscura y mojada. No llovía pero la humedad, saben ustedes, rocía los empedrados y diagonales que relucen como recién lustrados. Hay que caminar con prudencia para no resbalarse, o arrastrar los pies para deslizarse cual niño con patines. Y así llegué a la parrilla El Barba sobre la calle 49. Me esperaba él, sí, el fan. Y yo ya lo conocía.

***

 

Cristian Cauteruccio es el fan. Me parece que no lo sabe. Sí sabe que tiene 21 años, que es hijo único, tripero hasta la médula y socio al minuto de nacer. También sabe, o al menos es lo que cuenta, que trabaja en la parrilla que su abuelo paterno hizo funcionar en la esquina de 1 y 60 hace muchos años, y hoy sus herederos trabajan a diario, pero en 49 entre las calles 2 y 3.

Naturalmente, ahí uno puede comer asado, vacío, chinchulín, pollo o franestic, o en ese orden. Y acompañar con fritas, ensalada y provoleta, pero siempre dejándose un recóndito espacio en el estómago para queso y dulce, higos o zapallo como postre. El que se acerca a la parrilla puede decidir sentarse en las mesas que rodean la barra/mesada o en la misma, sobre banquetas altas para que el chimichurri no huya despavorido y termine por ensuciar las piernas del comensal. Pero además, los que eligen la altura tienen una vista privilegiada de la erupción de jugos de cada corte de carne que arde sobre el fuego que “el Barba” remueve para mantener encendido.

Pero hoy no está prendido el carbón, ni la leña. No hay carne sobre la parrilla, no hay olor a fritura reciente, ni murmullos que se estrellan en el aire con la sonoridad del repiqueteo de los cubiertos entre sí. De este lado de los ventanales de vieja fonda hace frío. Hace frío como en toda parrilla donde el fuego no está prendido, claro. Y es invierno. Y las ventanas son grandes y de vidrio. Hace frío. Cristian hoy no está en la cocina. Ah, sí. Cristian, el fan, trabaja en la cocina con su papá.

—Todos hacemos de todo, pero mi especialidad son las papas fritas —dice.

Y no es joda. No es fácil hacer unas buenas fritas. Tampoco es lo mismo hacer fritas para acompañar milanesas, que para acompañar una bondiola parrillera. Mucho menos se comparan con las de cervecerías de moda. Para que tengan la crocancia justa para acompañar el colchón suave, magro y jugoso de la colorada, hay una técnica que Cristian no piensa develar. Como la milanesa tiene su secreto, las fritas de “El Barba”, también.

El Barba es su tío, el cuñado de su papá. Los dos están al lado de Carlos Timoteo Griguol en un cuadro que cuelga en el salón. El Viejo había ido a comer en los años noventa a la parrilla. Él y muchísimos jugadores de Gimnasia eran habitués del lugar. Sanguinetti, Saccone, el Pampa, el Yagui y demás, deleitaron sus paladares después de jornadas gloriosas en el Bosque. La mítica parrilla es reconocida en la ciudad por su fuerte identidad y extracción tripera. Es un estandarte albiazul que todos los Cauteruccio levantan en cada apertura del local.

—Todos los partidos del Lobo los pasamos, los sufrimos y los disfrutamos.

El cuerpo técnico del vóley también come ahí. Paula Casamiquela -eslabón fundamental del proyecto amateur que las Lobas llevan adelante con gran valentía y juego para dejar a Gimnasia en lo más alto de la historia del deporte-, eufórica tras el campeonato de la Liga Nacional, meses atrás, ocupó una mesa del Barba. Claro, la parrilla queda a tres cuadras del único Polideportivo de la Ciudad, donde las Lobas dan cátedra y alcanzan la gloria, siempre.

—Y le obsequiamos un buen vino, lo mínimo que podemos darle a quien tanto nos da.

Paula. Campeona, ella. Entrenadora de campeonas, compañera de campeonas, hija de campeona. La familia Casamiquela escribió, toda junta, páginas y páginas de la historia del club. Los Cauteruccio lo saben y ellos, campeones del asado, agasajan con su atención a cada cliente. Que también lo saben. Y por eso no hay persona que haya pasado por “El Barba” que no la recomiende.

Cristian se para detrás de la mesada revestida de azulejos. Lleva un buzo con capucha azul. En la manga derecha dice, en blanco, “Gimnasia”. En el pecho, del lado del corazón, el escudo y debajo se lee “Hockey”.

Ofrece mate, amargo. Siempre amargo, como en el campo. Amargo como los vecinos. Y conversa, le gusta hablar de Gimnasia. Cuando no trabaja, ni está en el curso de operador de PC, Cristian visita el Poli, el Bosquecito, el Bosque y acompaña a las Lobizonas donde sea que jueguen de local.

—Es el ir por el ir, porque Gimnasia es mi todo —dice—. Yo no busco nada, con llevar esta camiseta soy feliz.

Una vez fuera de sus responsabilidades, Cristian Cauteruccio se convierte en “el Fan”.

Entusiasmo constructor

Sí. Existe “el fan” dentro de los fanes de Gimnasia. Dentro del pueblo gimnasista, el todo asume una identidad difícil de corromper, sumamente rígida, firme y fuerte. Un nosotros inquebrantable, una constitución genética diferente al resto de la raza humana. El triperío se autodefine por sus acciones, sus sentimientos y subjetividades. Uno mismo entiende, se comprende, se conoce y se ve reflejado en otros que comparten el mismo sistema de códigos. Uno entra en esa vida paralela, esa vida de Bosque, de rock, de noche, de luna y de sol, y dice: bien, soy parte de la manada. Perfecto. Todo eso es vox populi.

En este caso el fan es fan por imposición. No por sus características intrínsecas y consecuentes con el ser gimnasista. Es como que el SER GIMNASISTA, así con mayúsculas, es un ente superior. Algo así como el Leviatán de Hobbes, o el del Antiguo Testamento asociado a Satán pero creado por Dios. Ese ente cargado de misticismo divino. Ese del que todos hablan a menudo y reconocen al primer contacto. Ese que más arriba aparecía como “pueblo gimnasista”.

Pero existe un nivel de análisis individual, no inferior, sí distinto. Y ahí hablamos del fan. Y nada tiene que ver con lo que uno interpreta de uno mismo, sino que se trata de una cuestión externa. Es decir, se trata de cómo los demás lo perciben a uno. Y acá, en esta situación en particular, en este tipo de relación gimnasista, el fan es el fan porque las Lobizonas así lo simbolizaron, así lo nombraron y adjetivaron para que sea reconocido y homenajeado, aunque ya lo haya sido al ser reconocido por ellas mismas.

—Las Lobizonas representan al hincha de Gimnasia: pura garra y corazón.

La palabra “fan” se usa, según la Real Academia Española, para hablar de un admirador o seguidor entusiasta e incondicional de alguien. Bien, perfecto. Al parecer cuaja con lo que cuenta Cristian. Los fines de semana se levanta a las 10 y media, se toma unos cuantos mates, agarra la bicicleta y encara para el Club San Luis, en 520 y 28. Pedalea desde el barrio La Loma.

Todas las categorías del hockey del Lobo hacen de local en tierras ajenas mientras siguen esperando promesas que arrasan con sus ilusiones, las revolean al suelo, las pisotean y las vuelven a levantar. Hombres, decisiones, poder, plata. De todo eso dependen las esperanzas de las chicas de tener la cancha de sintético para poder entrenar y competir sin dar un mínimo de ventaja a ningún rival. Pero de todo eso NO depende su garra para seguir luchando por sus sueños. De todo eso NO depende la presencia de Cristian Cauteruccio cada día, cada noche, cada fecha.

Haga frío, calor o llueva. Él siempre está. En el San Luis, pero también en el Polideportivo de calle 4 bancando a las Lobas y a los Gladiadores, además participó de caravanas triperas que acompañaron los momentos más gloriosos de los Guerreros cuando lograron el ascenso en futsal. Al Bosque, jamás dejó de ir.

—¿Quién no siente esa cosa acá, en el corazón, cuando va al Bosque? ¿Cuándo entra a la cancha? —pregunta—. Más allá de los que llevan la camiseta, uno siente mucho y no puede dejar de ir.

Pero el fútbol es pasión de multitudes y lo dijeron miles, pero miles de personajes de todos los ámbitos de la vida. Por diversos motivos. Hay quienes lo tildan de irracional; otros dicen que es mercado capitalista en estado puro, cruel y sanguinario pero que mueve demasiado dinero como para no sentirse atraído por él; otros que es el opio de los pueblos como la religión para Karl Marx y que todas las mentes en pausa caminan alienadas detrás de aquella actividad en la que el deporte es lo último que importa.

Se puede estar horas escribiendo sobre la significación del fútbol en las culturas globales, en la colonialidad o no de las subjetividades y delirar con análisis sociológicos. Pero no. sólo quiero decir que el fan no lo es de la actividad más convocante. Él no es parte de esa multitud apasionadamente futbolera.

El fan es fan del amateurismo. Y no de cualquier amateurismo. El fan es fan de las actividades amateurs triperas. Es fan de Gimnasia y de quienes se rompen el lomo para dejar todo por la camiseta, como verdaderos hinchas porque, entiende, ese es el ADN gimnasista: la lucha por los colores, por la institución, por el Tripa mayor, ese ente superior. Luchar por la gloria y los objetivos comunes. Eso es Gimnasia para él.

El fan es fan de los hinchas que visten camisetas dentro de campos de juego amateurs. El fan es distinto.

Para tratar de entender a qué se refiere uno al hablar de fanatismo, seguí buscando. Internet me llevó al año 1700. Impresionante. En aquel entonces un tal Antonio Shaftesbury de Inglaterra hablaba del SER GIMNASISTA. En serio. En su “Carta sobre el entusiasmo”. El fanatismo es la forma degenerada del “noble entusiasmo”.  Se trata de algo divino, de una pasión poderosa innata a la humanidad que inspira a héroes, estadistas y poetas. Todo esto es causado por amor. Sin dudas habla del triperío que, casi 200 años antes de su nacimiento, ya estaba latente en las conciencias del mundo.

Después, más adelante, Federico Hegel en Alemania revisó lo que dijo su colega y agregó que el fanatismo no es una especie de locura, sino que es una modalidad de la voluntad indeterminada, un proceso de libertad abstracta. El mismo Hegel que dice que quien hace cultura, quien mueve la historia es el esclavo que, oprimido por el amo, termina plantando bandera y revelándose porque es quien tiene el verdadero poder en la historia. El hereje es el subalterno, quien se revela es aquel que siente la injusticia. He aquí el tripero. El tripero que sabe de adversidades, de injusticias y no sólo deportivas. Injusticias, destiempos económicos, culturales. Destierros e intentos de derrumbes de valores y códigos. Nada pudo con el SER TRIPERO, ese que renace a diario. Ese pueblo tripero fanático en términos filosóficos.

El Tripero, como el esclavo de Hegel, es quien mueve la historia, entonces, superando contradicciones. Es así una forma constitutiva del pueblo tripero. Gimnasia es una forma de ser, una forma de hacer.

El fanatismo es para Cristian una forma de ser. Gimnasia para él es todo, es su vida, su historia. La historia que él hizo. La historia que tantos triperos fueron escribiendo. Gimnasia es el fan, Gimnasia son todos los triperos. Una forma de ser. Un fanatismo. Un entusiasmo constructor.

Lobo, mi buen amigo

 

—Vieja, me voy a ver vóley

—¿Vóley?

—Sí, juega Gimnasia.

—Pero, ¿vóley, desde cuándo?

—Desde hoy —dijo Cristian hace 8 años.

Y nunca más dejó de ir a ver a las Lobas, vivió campeonatos de las chicas, alegrías, enojos, festejos y mucha garra gimnasista ahí. Sí ahí, donde se respira deporte, se respira música, se respira pasión. Es imponente y cualquiera se siente pequeño ante semejante inmensidad. El único Polideportivo de la ciudad de La Plata está frente a sus ojos desde el 2009 cuando decidió cortar el cordón de la herencia divina con su padre.

—Mi papá es lo más grande que hay, él me enseñó a Gimnasia.

Cristian tomó la posta de su papá, esa posta que decidió virar hacia los deportes amateurs. Él decidió conocer más de lo que su papá le había enseñado. Se independizó, entonces, pasionalmente. Una vez más: el alma tripera, el corazón Azul y Blanco avanza, madura, crece, se educa y hace su propia historia.

Y ahí se encuentra Cristian, cada fecha, en el Poli con sus “amigos de tablón”. En el Poli, sí. Todo para él. Gira sobre su eje y contempla. Butacas azules y blancas envuelven la cancha de parquet que pisa y en la que tantas generaciones de deportistas se formaron, compitieron y se coronaron; en la que tantos socios decidieron los destinos del Club; en la que tantas bandas de rock hicieron vibrar corazones como si de gimnasistas se trataran todos. Paro también fue ese lugar el elegido para eventos nacionales e internacionales, para la preparación de la Selección de Básquet y para deleitarse con estrellas deportivas.

Arriba de las butacas, en los dos extremos: la popular. ¡Y qué le van a hablar de pueblo al corazón tripero! Sabe de qué se trata. Allí miles de compañeros cantaron y alentaron a las Lobas y a los Gladiadores, el eco puede sentirse. Ahora. Siempre. Los acordes de “Ji-Ji-Ji”, “El Farolito” y “Vasos vacíos” siguen resonando veinticinco años después, como las vibraciones que se sienten en la piel. Esa piel de Lobo que se eriza cada vez que Gimnasia da vuelta un marcador adverso en el segundo suplementario con un triple (in)esperado, o cuando las Lobas meten un bloqueo para convertir el tanto ganador del set.

Los Redondos, Fito Páez, León Gieco, Los Piojos, Los Fabulosos Cadillacs, Molotov, Guasones, Soledad Pastorutti, entre otros; partidos y campeonatos de vóley y básquet; ascensos y descensos; fiestas, galas, asambleas, discusiones, abrazos y festejos; anfitrión de extranjeros y de festividades y eventos de orden político, del espectáculo y del deporte nacional e internacional. Todo en el Poli.

El Polideportivo es patrimonio gimnasista y de la ciudad de La Plata. El fan lo sabe y, parado en el centro de esa enorme madriguera, es invadido por una profunda sensación de realización. Es en ese lugar donde el corazón tripero entiende el sentido de las cosas, el sentido de la vida, el sentido de pertenecer.

Fue en ese lugar sagrado donde Cristian conoció la verdadera amistad. Fede, Ale, Héctor, entre otros, son sus amigos. Esos amigos que el Lobo le dio y que, juntos, son parte del pueblo y la música que habitan el Poli y el San Luis para bancar a las mujeres triperas. Ellos son el séquito que, religiosamente, están. Firmes. Están.

—Gimnasia y mis amigos son lo más importante y tengo que cuidarlo.

Cristian es tímido. Le cuesta abrirse con los demás, con situaciones nuevas, con gente desconocida por conocer. Siempre le fue difícil, una materia pendiente de los tantos colegios que visitó. Varios colegios porque ninguno supo controlar ese ser rebelde, esa conducta desordenada.

—El psicólogo me dijo que todo lo que sea de Gimnasia me da la facilidad de socializar, lo demás… cuesta un poco más.

La psicología también considera que a todos nos falta algo desde el momento en que nacemos y de ahí el llanto del bebé. De ahí que vivamos siempre motorizados por conseguir algo que, creemos ocupará la falta, pero no. Siempre está esa sensación de insatisfacción. Según este pensamiento de Jaques Lacan, a cada humano le hace falta el útero de su madre. Es decir, extraña aquella situación. Que, naturalmente, no volverá a tener.

Bueno, entonces no hay mucho por hacer, dirán los que lean esto y no conocían esta teoría. Claro, sucede que uno nace con una falta. La falta fundacional, podríamos decir. Pero nadie sabe que lo que le falta es el útero de la madre, ¡más vale! ¿Cómo pensar semejante cosa? Entonces, es ahí como la vida y uno mismo empieza a generar realidades, una especie de dobles de riesgo de esa falta. Un auto, una casa, un celular. Más profundo y, quizá, doloroso en algunos casos: padres, hermanos, amigos. Y he aquí el eje de la cuestión.

Cristian creció con la falta de buenas amistades. El psicoanálisis también dice que llega un determinado momento en que no deseamos más nada, donde esa falta desaparece y es una vez muerto. Desde acá le decimos a Lacan: ¡No, muchacho, usted se ha equivocado!

Hay un momento donde la falta desaparece y la persona no desea más nada y es el preciso instante en que se encuentra con Gimnasia. Sí, Gimnasia y Esgrima La Plata.

—Gimnasia es ese amigo que no tuve, que me da todo y no pide nada.

¿Qué te da?

—Amigos. Más amigos.

A todos nos falta algo y Gimnasia ocupa ese lugar vacío sin problemas. Es todo lo que a cada ser le falta en la vida. Sólo algunos, quienes hayan alcanzado el nivel máximo de realización de la raza humana pueden dejar entrar al torbellino de pasión azul y blanca a su alma. Sólo un tripero alcanza ese nivel y sólo él entiende de qué se trata.

—El Lobo es mi mejor amigo, mi buen amigo.

***

Primer día del mes de junio de 2017. Cristian había festejado su cumpleaños el día anterior. Con 21 se acercó, como cada fecha, tempranito, al Club San Luis para apoyar a las Lobizonas. Esas chicas que dejan todo por la camiseta. Esas guerreas que a pesar de las situaciones más adversas y desventajosas para entrenarse y competir, levantan la cabeza. Las que con armadura de pasión, espadas corajudas y el empuje de toda la manada, avanzan sin chistar por sus objetivos que son los de todo el pueblo tripero.

El Lobo enfrentaba a Universidad de La Matanza por la séptima fecha del Torneo Metropolitano de Hockey. Y ahí estaba firme el fan. Después de atar la bici, se acomodó a un costado de la cancha para ver pasar todas las categorías: la Novena que perdió, la Octava, la Séptima, Sexta y Quinta que ganaron. Llegó el turno de la Intermedia que, según titularon medios partidarios, se encontraba “prendida fuego”. También ganó. Y finalmente, por la tarde, la Primera no pudo poner el broche al asunto y cayó por tres goles contra el de la piba Sanabria.

Aplausos. Más aplausos en señal de saludo. Y como siempre, Cristian encaraba para su bici. Pero las Lobizonas lo sorprendieron, no lo dejaron continuar su andar. El “Feliz cumpleaños” resonó en el San Luis. Un buzo con capucha azul que en la manga derecha dice, en blanco, “Gimnasia” y, en el pecho, del lado del corazón, el escudo donde se lee “Hockey”. Sí, el mismo que usó en la parrilla. Ese fue su regalo.

El Lobo estaba de fiesta, como siempre. El fan estaba siendo agasajado y retribuido por las chicas del hockey tripero. Unión de fuerzas en un instante. Amor de ida, amor de vuelta. Eso es Gimnasia. Y el sentimiento no se termina.

Y era distinto, nomás.

—Me contaron que había un fan y entendí que era yo.

 

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