“De eso se trata, de coincidir con gente que te haga ver cosas que tú no ves,
que te enseñe a mirar con otros ojos”,
Mario Benedetti.
El Lobo cumplió 80 años y el recuerdo de ese día se mantiene vivo sobre los cristales de la vitrina. Un banderín de un amarillento azul y blanco recostado sobre un soporte que mantiene intacta su rigidez de lona, recuerda los festejos del 67. Desde un costado lo vigila un muñeco rubio de plástico inflado, tripero él, con la casaca y un parche en el ojo. Al lado, un conejo del mismo material, color rosa pero bien tripa. Los dos de la misma categoría: 1965.
En el mismo estante un cepillito lustrador de zapatos, ¿del Lobo? Sí, al menos eso dice el escudo de chapa pequeño, detrás. Un bono de socio de la gran campaña del Lobo del 62, dos carnets de afiliación a Gimnasia de distintos años pero misma década y una urna.
—Acá está mi papá, falleció en febrero del año pasado.
El padre de Marcos está donde pidió estar: en el estante dedicado a la década en que él representó al Lobo en una olimpíada, vistiendo la de arquero, jugando para la sexta división; justito al lado de la foto blanca y negra de la formación que así lo demuestra. Ese, el de la esquina es Compagnucci padre, el de la urna embanderada con la Azul y Blanca, el que presentó Gimnasia a Marcos, Marcos a Gimnasia; el que permanece en la habitación más preciada de su hijo. En ella habitan miles de almas, de recuerdos, anécdotas, personajes e historias. Marcos las reúne, su padre las custodia.
Habitación tomada
Con los brazos cruzados casi simétricamente y una sonrisa radiante, Marcos Compagnucci, viste orgulloso la gloriosa camiseta tripera que emula la que más de una vez vistió el Tanque Rojas. La misma que usó para dejar cuatro jugadores en el camino y estampar el tercer gol frente a un Ferro que terminaría cayendo por 5 a 2 en el Bosque en el ´62, o para meter triplete frente a Independiente también en 60 y 118, en el mismo año.
Su pelo es negro y bien corto, lleva jean azul y zapatillas. Todo parece haber sido estudiado: la camiseta blanca brillante contrastante con su color de piel y está debidamente ajustada para lucir lo que es una prolija y cuidada musculatura.
Pulcritud, orden y prolijidad a la orden de Gimnasia. En el barrio AMEBS de La Plata tiene su tesoro más valioso: su Colección Tripera. Marcos recibe a todo aquel que quiera conocer en su humilde espacio un retazo de historia gimnasista.
Tiene 39 años y hace 25 que acumula objetos de Gimnasia. Sí, todo lo que sea y demuestre pertenecer al Lobo: desde recortes de diarios hasta camisetas; de todos los deportes, de toda la manada; de ayer, de hoy y de siempre; de acá y de allá; compradas o donadas. Sea lo que sea, él lo tiene.
Camina por lo que alguna vez fue su dormitorio, mira las vitrinas y estantes repletos de historia. Tiene cuidado, el orden y la limpieza son fundamentales. Se sienta en la silla que espera por él a diario en aquel, su refugio. Suspira y el pecho se le infla de orgullo al conectar con aquella energía. Respira memorias.
Ya no se ve el placard, ni la cama. Tampoco hay mesita de luz. Cada vez es menor el recuerdo del espacio que encerraban esas cuatro paredes, cada vez es mayor la densidad de momentos pasados que son parte de la memoria colectiva gimnasista y a la que él decidió darle un espacio físico y emocional. Ahí está, sentado en un espacio cada vez más reducido. Los recuerdos de tanta gente lo dominan en un pabellón del que disfruta ser prisionero. Quiere más. El deseo de acumular no tiene fin.
Quienes inauguraron el hábitat fueron los recortes de diarios que anoticiaban sobre el movimiento sísmico registrado por el Observatorio de la ciudad, allá en el 92 cuando por la séptima fecha del torneo Clausura, Perdomo hizo delirar al triperío presente tras un tiro libre que Yorno no pudo atajar. Pero estos recortes descansaban en una cajita que Marcos, con 14 años guardaba en un cajón.
Los recortes empezaron a tomar vida propia, se reprodujeron como la misma historia de Gimnasia. Cada acontecimiento era atrapado por la habitación. Una especie de imán comenzó a atraer momentos que quedarían allí para siempre. El espacio, el mismo. Se comenzó a necesitar de más muebles, percheros, vitrinas y cajones. Las banderas azules y blancas, las camisetas, los cuadros y objetos se adueñaron del espacio. Ya no hay lugar para Marcos. Solo puede sentarse y observar, como cada día. Sentarse y proyectar quién será el próximo personaje en entrar, la próxima historia por resguardar, el siguiente hecho por enmarcar.
Se sienta junto a su viejo. Están. Sólo están. Es su lugar. La pieza fue usurpada por Gimnasia como la casa tomada de Cortázar. Marcos va cada día y se sienta, lo necesita. Necesita la energía vital que emana de cada rincón para enfrentar la vida, es su escape, su cable a tierra. Es ahí donde la realidad queda suspendida y, al apagar la luz y cerrar la puerta, las memorias fluyen como flashes mágicos que vuelan sin sentido generando una especie de atmósfera mística, hasta que una próxima persona entre y respire pasión albiazul.
Eternas presencias
Se cierra la puerta y del armario escapa todo el material gráfico envuelto herméticamente con folios para evitar su deterioro. Hay cientos de tapas de revistas donde Gimnasia es protagonista, la colección completa de la revista “Solo Fútbol”, láminas triperas, notas a jugadores, diarios ordenados por temporadas (completas).
Desde más atrás, saltan de sus cajas de cartón azul, buscando respiro, la serie de todos los clásicos disputados con el otro equipo de la ciudad. Todos se juntan con los “Olé” de todos los tiempos y con bolsones de figuritas: las de mayor edad, redondas y de un cartón más resistente; las menores, que sufrieron el avance del sistema que limitó el costo de producción, cuadradas y de un papel brillante casi transparente. Jugadores de todos los tiempos en sus dorsos: desde Scarpone, Curell, Varallo, hasta “Teté” González, el “Turbo” Vargas y hasta Alexis Martín Arias.
Al costado, se divisa una silueta que encima, uno sobre otro, los 118 ejemplares de la revista partidaria más popular de todas, que reflejó la identidad gimnasista como ninguna. Un vozarrón repite mientras tanto: “No hay que ser sectarios porque el sectarismo acaba con todo atisbo de revolución”. El Ronco, con tres colecciones completas de Tribuna Gimnasista se dirige al estante de los ochenta y las deja allí, al lado de una pila de recortes del diario El Día que anoticiaban sobre el centenario tripero. “No hay que ser sectarios”, repite Basile… el siempre optimista, compañero y solidario, Basile. Su figura se esfuma y se despide hasta el próximo día, dejando la energía toda entre esas cuatro paredes.
Y más allá la década del 50, fotos, carnets de socios. Un cartón de bingo tripero de la línea “Gol”. Está un poco pálido, pero el escudo tripero en color negro está más vivo que nunca. José Domingo Chirico desajusta los cordones de la camiseta para dar respiro a ese pecho cargado de intrepidez albiazul y se sienta a lustrar sus botines “Sportlandia”, los mismos con los que se convertirá en goleador tripero con 27 goles en 33 partidos, los mismos con los que dará la vuelta olímpica ante Colón en diciembre del 52 para ascender a Gimnasia a Primera División.
La revista PBT reflejó el campeonato del Lobo, ahí junto a la imagen de un General Perón levantando las banderas de justicia social, soberanía e independencia enarboladas junto a la Azul y Blanca. Mismos valores, misma lucha. El 52, dolor en el corazón de los argentinos por la partida de Eva, resurgimiento invulnerable de la periferia desconcertada, renacimiento de una identidad jamás muerta. Gimnasia y Esgrima de Eva Perón estaba en primera otra vez. PBT, ahí, en el estante de Marcos, lo recuerda.
Chirico silba, despacito. No quiere despertar de la siesta a Don Giodini. ¿Giodini? Sí, como Don Pizzarro, dueños de los carnets de socios de la década del 40. Sus almas descansan dentro de esos libritos de reluciente cuero marrón con el sello dorado de la insignia tripera. Socios con seño arrabalero, con marcas de lucha y nostalgia inmigrante que se dejan entrever por su mirada fija melancólica, pero con el coraje necesario para hacer patria en esta tierra.
Obdulio Tomatti entra en escena, se saca el sombrero y saluda: “¡Arriba Gimnasia!”. Don Pizzarro despierta, atolondrado y vocifera: “¡Arriba nomás!” Todos listos arrancan camino para la organización del próximo festival bajo el lema “La adversidad no nos vence, nos retempla”. El Movimiento Arriba Gimnasia, que iba juntando apoyo, levantó a toda la ciudad para generar el resurgimiento Mens Sana allá por el 44. Salieron todos los muchachos para el Bosque, comiendo “Pastillas Chuli” y dejando el obsequio de la golosina en la habitación de Marcos: el fixture del torneo.
Cuánta gente agolpada en un mismo sitio. Ahora es Raimundo Maldini quien se acerca. Pero no lustra, sino que se saca los botines embarrados. El defensor está enojado. Revolea la boina que usó durante el partido. El Lobo perdió con San Isidro por la mínima diferencia. Lo que no sabe Maldini es que cuatro meses después, en febrero del 30, con un doblete de Maleanni, Gimnasia sería el campeón de la Copa Estímulo. La primera publicación en la historia del Club fue la revista “Mens Sana”, al lado del cabreado defensor, está la número 2, con el Lobo coronado y una postal del equipo, donde posa sonriente. ¡Tranquilo, Raimundo!
1937 y Gimnasia de La Plata cumple 50 años. Cuánta elegancia, cuánto aroma fifí. Se empilchan como para un casorio: dirigentes, jugadores, matrimonios de socios, personalidades de la ciudad se preparan para el cincuentenario tripero. Sobre la repisa quedan los souvenires de la gala: medallas de pesado metal plateado con –todavía– fragancia festiva.
Una batahola de pibes corre desesperado hacia el vendedor de llaveros –un tanto obscenos–, los reconocidos “Llora, llora pincharrata”. Los había de plástico, los había de metal. Al vendedor se los quitaron de las manos y a Marcos le quedó uno, en el rincón de su colección setentosa. Y claro, los pibes estaban como locos, la Barredora de «Puchero» Varacka no paraba de ganar; más adelante el básquet tripero conseguiría dos subcampeonatos (76 y 77) y dos títulos Metropolitanos frente a Obras Sanitarias en el 78 y en el 79. Todavía aúllan los Gladiadores desde las láminas encuadradas en la habitación del barrio AMEBS.
Charly Carrió se relaja y, siempre distinto, se descuelga del cuadro del equipo que ascendió en el 84. “¿Qué es esto?”, pregunta. Claro, está escrito en otro idioma. Cerquita suyo, los 90. ¿Es chino? No. Marcos tiene el diario del día anterior al partido que disputó el Lobo (campeón de la Copa Centenario) con el campeón japonés, Kawasaki Verdi. Hay una entrada popular y una platea. Todo en japonés.
Remeras, buzos de entrenamiento, pecheras, camisetas Hummel, New Balance, Adidas, Penalty, Topper, Kappa. La de Olave, la que el Melli Guillermo usó para hacerle el gol a los vecinos en el Torneo Centenario –primer registro de abandono rojibanco, cuando derribaron con un piedrazo al árbitro Biscay y éste tuvo que suspender el partido, en fin, como siempre–. Colgada en el perchero también está la que usó el uruguayo Ostolaza para marcar en el 93 frente a Platense y la colorida de Enzo Noce del 96. Todas encierran algo de historia. Y no se tocan, no se usan.
Toda esa historia reaparece, toma vida, forma, aroma y colores cuando las puertas se cierran. Una especie de realismo mágico, espiritual y material. Cuando se visita la colección, todas las presencias vuelven a su posición. Marcos Compagnucci preserva y acumula presencias que su padre custodia. Pero también se queda cuando se va. Sí. Marcos está ahí también, como una presencia más, junto a las revistas “Caras y Caretas”, “Patoruzú” y “Alumni”; la foto original de la chimenea y del tanque del Juan Carmelo Zerillo; junto a las Lobas de todas las épocas, al Expreso del 33, al Lobo del 62 y a la hinchada más gloriosa tras el triunfo 4 a 1 frente a los del otro club de la ciudad. Marcos está en un cuadro también, cerca de uno del “Mono” Monetti y otro de “Fito” Rinaudo; al lado del Bosque bajo nieve, aquel día histórico para la ciudad en 2007.
¿Qué hace Marcos Compagnucci en un cuadro? En el cuadro está el equipo de Gimnasia que empató en el año 1984 con Colón de Santa Fe en el Estadio del Bosque. Año del ascenso. Castagneto, Lúquez, Bianculli, Ingrao, Tempesta, Andrada, Kuzemka, Carrió, López, Marasco, Flores, formaban bajo la dirección de Nito Veiga. Marcos con 7 años lo miraba desde las cabinas de transmisión periodística con su papá que no era periodista peor había conseguido un pase.
Marcos y su padre están en el cuadro del partido. No se ven. Se sienten. Lo hacen como cada día cuando, al encontrarse en la habitación, sus energías se funden en un lazo de pasión y amor inquebrantable. 20 de octubre de 1984. En el cuadro está el equipo que más tarde ascendería a Primera División, pero también el inicio de la relación entre Gimnasia y el pequeño Marcos. ¿Cómo sabe que ese fue el primer partido? El cuadro llegó a sus manos y lo estudió, obsesivamente, jugador por jugador. Se dio cuenta que la única vez que habían saltado a la cancha esos once había sido ese día. El día que, gracias a su padre, conoció la verdadera razón de su vida.
Volver
Se abre la puerta y las presencias vuelven a su lugar, de manera prolija retoman sus posiciones originales, esas que Marcos destinó a cada una. Esas que su padre mantiene vigiladas. La energía queda suspendida en el aire de la habitación que solo se escapa sobre el alma de algún visitante. Hubo momentos en que salieron todas juntas o por temática de ese espacio, como en 2013, 2014 y 2015 cuando se expusieron en el Pasaje Dardo Rocha en lo que fue “Supercolecciones”. O, también, en el Bosque, frente al Salón El Decano cuando se cumplieron 20 años de la Copa Centenario.
Se abre la puerta y con ella la necesidad de Marcos de tener algo más. Lo consigue y, automáticamente el objetivo es otro. Trabaja en la imprenta del Ministerio de Salud, gracias a su padre. Lo que gana se destina a su colección. Entrenaba arduamente su cuerpo para competiciones de fisicoculturismo. Lo hizo desde los 20 años. Ya no compite y el tiempo lo dedica a Gimnasia. La disciplina necesaria para llevar un estilo de vida sano, con entrenamientos estructuradamente rigurosos y con un orden estipulado, hoy la proyecta y la pone en práctica con la obtención de objetos, recuerdos e historia. Así como su colección fue ganando espacio físico, también empezó a ganar terreno temporal.
No planea tener más hijos, quiere seguir construyendo historia gimnasista.
—Ya tengo un hijo.
Su hijo es su colección, ese cúmulo de energía que se retroalimenta a diario con la de los cuerpos de quienes, enamorados del sentimiento más antiguo de todos, concurren a la habitación tomada. Allí espera su padre y su hijo. Marcos lo sabe y por eso dedica todo su tiempo y dinero a criarla. Es su espacio, su lugar.
—Vengo sólo para acá y miro, las tapas, las ordeno y las vuelvo a poner.
Cada día repasa con la mirada el tesoro que allí guardó, el tesoro que crece y que no tiene fin. Es su paraíso, junto a tantas almas triperas que florecen en cada rincón.
Para Marcos Gimnasia es su vida, es todo. Su colección, su hijo, su viejo. Es lo que lo mantiene dedicado al tope cada día, es por lo que se levanta y sale a trabajar. Trabajar para que todos los triperos conozcan su historia. Gran historia gimnasista con un incalculable valor emocional, con personajes, hechos y lugares que no quedaron en el olvido, sino que él pudo rescatarlos y darles un orden temporal. Su obsesión se funde con el amor tripero y lo comparte, abre las puertas de su espacio para que el pueblo tripero conozca que su historia está más viva que nunca; que con desempolvar la energía se renueva; que la valentía de tantos héroes anónimos, jugadores, dirigentes, socios e hinchas está más latente que nunca. No hay tal maldición, nadie le bajó el pulgar a Gimnasia. El Lobo tiene historia, el Lobo es enorme y en su cuarto, Marcos la conserva y piensa dedicarse siempre a ella.
¿Por qué lo hace? Por Gimnasia, porque la primera vez que vio la Azul y Blanca en el Bosque, se enamoró. Porque de tener que elegir un recuerdo, se bloquea y no puede inclinarse sólo por uno, todos son trascendentes. Porque al gritar los goles abrazado a su viejo deseó que ese instante sea eterno. Porque ahora, con su papá dentro de su tesoro más preciado, lo tiene todo. Porque su viejo le enseñó a sentir a Gimnasia y hoy están ahí frente a frente, rodeados de tinte azul, entre falsos eucaliptos y olor fresco de Bosque. Frente a frente, hoy, son mucho más que dos. Se miran, se sienten, se respiran. Son felices dentro, con compañías espléndidas, con energías radiantes.
Marcos se seguirá dedicando a su colección. Esa colección que crecerá y seguirá tomando habitaciones de la casa. Y más. Morirá algún día pero su alma quedará junto a la del Loco Ciaccia, las de los invitados del centenario, la del Loco Fierro, el Negro José Luis, Montesino y tantas otras más. Su alma quedará junto a la de su padre, para resguardar y custodiar lo que juntos lograron: erigir un lazo inquebrantable de amor, perpetuidad y resurgimiento constante de pasión basurera. Su obsesión por Gimnasia no tiene fin, su colección tampoco y mientras exista, la raza tripera seguirá su camino, su reproducción lógica. Cuando Marcos no esté, observará desde un rincón como otro ser recogerá su colección histórica y la llevará como bandera a la victoria gimnasista.
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