«Gimnasia nunca va a ser una tabla ni un promedio, sería muy mezquino.
A Gimnasia lo define fundamentalmente su gente, la más genuina y pasional.»
Néstor “El Ronco” Basile.
“Bienvenidos triperos y triperas, bienvenidos al estadio Juan Carmelo Zerillo, nuestro querido Estadio del Bosque”, resuena una voz desconocida en la cancha.
Es un aullido con la calidad y claridad estética suficientes para lograr cautivar a las 20 mil personas presentes. “¿Qué?”, “¿Quién es?”, “¿Por qué?”. Los hinchas curiosean, desorientados, unos con otros. Buscan, intentan descubrir lo que sucede. No están acostumbrados, no entienden. Todas las miradas, cansadas de no encontrar respuestas se funden en la misma dirección: la Cabina N° 1. Allá, arriba de la Platea Techada. Nada.
Se trata de una sinfonía dueña y creadora de una pureza absoluta, un tono y un alcance elegantes, una modulación delicada y una coloratura pasional, que detiene el tiempo en 60 y 118. Con la pureza y la articulación de palabras y fonemas, con la armonía que los sonidos alcanzan se genera una curva melódica que abraza a todo el pueblo gimnasista.
Esa voz. Ese aullido. Esa voz del estadio que, de ahora en adelante, será femenina. Esa voz del estadio que, por primera vez, pertenece a una mujer. Esa voz del estadio que hace historia. Esa historia que conoce y sabe hacer la mujer. Una mujer. Toda mujer.
Esta mujer es Ivana Rodríguez, es la voz del estadio de Gimnasia y Esgrima La Plata. Es la voz del Lobo y es tripera.
***
“…pues sin luchas no hay victorias, y nosotros las queremos, porque siempre padecemos hondo anhelo, ¡hondo anhelo de triunfar!”
Suena el añoso Himno del Lobo dejando trazos de historia gimnasista y rocío de identidad triperas suspendidas en el estadio. Explota el Bosque de aplausos y se baña de pertenencia y amor; se inyecta pasión, embriagándose de entusiasmo y así, satisfecho de alegría y derrochando valentía espera el inicio del partido.
Gimnasia recibe a Quilmes por la decimoquinta fecha del Torneo de la Independencia. En lo alto Ivana, la voz, está ansiosa. No tiene nervios, ni temor porque sabe lo que puede dar. Toda su vida se preparó para hacerlo sin tener la certeza de que este momento llegaría, efectivamente, algún día. Nunca dejó de soñarlo, pero se preparó días y noches, preparó su voz para ser “la del Bosque”, preparó su corazón para hablarle a cada uno de los triperos como tripera, preparó su alma para estar ahí y canalizar sus emociones por los altavoces. Entrenó sus ovarios que están listos para salir a la cancha en esta competencia que comienza y esperan no termine. Sí, ahí está ella, con alma, corazón y vida; tripa, ovario y corazón.
Son las cinco de la tarde. El sol golpea los vidrios de las cabinas y calienta el pecho de Ivana en lo alto. El pecho que se infla de orgullo y emoción tras el himno, el pecho erguido que desprende una guapeza sin igual, con el tórax dispuesto para pronunciar las próximas palabras. Ella está lista.
“Esta es la formación del Lobo: con el 31, Alexis Martín Arias; con el número 4, Facundo Oreja; con el 2, Sebastián Gorga; con el 28, Manuel Guanini; con el 25, Lucas “El Bochi” Licht -dice la voz y frena esperando el aplauso- en el medio, Fabián Rinaudo con el 21 y Lorenzo Faravelli con el 8; con el 27, Nicolás Ibáñez; Brahian Alemán viste la camiseta número 30 y Ramiro Carrera, la 32; con el 12 Nicolás Mazzola”.
Levanta la mirada. El Bosque está desierto. Se escucha, de repente, el sonido de la brisa que mueve los eucaliptos en un danzar fresco y auténtico. El ulular del viento se fusiona con su voz. Pero el estadio es vida, energía, fuerza, vigor y es eternidad. El Bosque nunca está vacío.
Ahora es Ivana la que no comprende, divisa en los tablones, a lo lejos, al “Loco” Fierro aferrado a un trapo para no caer del paravalancha, atrás del arco, en la tribuna Centenario. Ve, también, al «Negro» José Luis con su corte Stone, su remera negra, con el pecho erguido y los brazos más atrás; en su típica caminata de ochava a ochava, abajo, en el pasillo.
Como si se tratara de un sueño sin razón o un hechizo mágico, empiezan a brotar y encenderse imágenes, siluetas, almas, triperos y triperas que habitan el Juan Carmelo Zerillo, que lo cuidan y protegen. Esos triperos para los que el único cielo es entre los tablones del Bosque.
Más abajo, el Doctor René Favaloro habita, naturalmente, su “techada” y palpita ansioso el inicio del partido. Y frente a ella, el viejo sector H, la Platea “Néstor Basile”. Pero «el Ronco» no está ahí, fiel a su estilo y esencia está en la cabina, transmitiendo para su querida “Tribuna Gimnasista Radio”, sumergido en esa utopía divina que sólo Gimnasia es capaz de brindar.
Hay tres personas que miran fijamente a Ivana, a lo lejos. Su mamá, su compañero y su hijo. Ocupan, uno al lado del otro, tres butacas de la “Néstor Basile”. Ese “pack familiar” que costó tanto conseguir hoy tiene un lugar vacío: la cuarta butaca. Pero Ivana funde su energía y la proyecta hacia ellos, direcciona su voz hacia su familia, como su amor desparramado por esa escena inolvidable, ese sueño interminable.
—Los miro a ellos, les hablo a ellos y a todas las almas que habitan el estadio, ellos y yo —dice—. Ahora es Gimnasia y yo, es como uno a uno, es nuestro momento.
Su momento. Gimnasia y ella.
“Señor juez, usted dispone de las acciones”.
Fernando Espinoza pita. Arranca el partido
***
Primer tiempo. Mueve Gimnasia. El Bosque se puebla nuevamente de cuerpos que acompañan al resto de las almas presentes. “Hola basurero, acá está de nuevo, te saluda la banda de Fierro”, cantan bajo el rayo del sol del marzo de la mujer. Explotan de delirio efervescente y desatan esa abstinencia generada por el receso del campeonato.
Ivana, ella, apaga el micrófono hasta su próxima intervención y observa el partido como lo hizo siempre, pero esta vez desde más arriba ve todo el estadio.
“La voz” tiene 28 años. Es morocha, su pelo es largo, ondulado y oscuro. Sus rasgos son delicados: su boca con forma de corazón luce un labial color Merlot, porque rojo no usa ni el calzón. Su nariz tiene un estilo griego: mantiene su grosor equilibradamente hasta la punta, siguiendo una línea casi recta. Sus ojos redondeados y de pupilas bien negras, son los hacedores de una mirada cálida que “entrelineas” revela que Ivana, no conoce de traición y jamás lastima intencionalmente. Ivana, como todo tripero, es buena leche.
Es noctámbula porque hace 9 años es locutora de la Red 92 por las noches. Está graduada en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica y le falta la tesis para recibirse de Periodista. Da clases de oratoria y locución en la Universidad Nacional de La Plata. Graba publicidades y conduce eventos. Trabajó dos años en radio Gol del diario Hoy, donde aprendió a flotar luego de sumergirse en el corazón del machismo: un medio deportivo años atrás. Su guardavidas fue su actual compañero, el operador de la radio en ese entonces.
Tiene un hijo de 6 años y un compañero de pasión y familia. Ese nene de media docena de abriles, de decenas de partidos del Lobo, de tantas tardes de entrenamiento de básquet en el Polideportivo, ese nene nació hincha de Gimnasia. Nació, como ella, con la más firme y sólida convicción de ser y pertenecer al pueblo tripero.
Al finalizar un “clásico fallido” por copa Sudamericana, allá por el 2014, Ivana invadida del sentimiento de enojo, resignación y contrariedad, blasfemó y maldijo al “karma”, a los vecinos, a los propios, a Pedro Troglio, a la vida, a Dios y a la Virgen. Y le dijo a su hijo: “Si vos querés hacerte de otro cuadro, hacete, no hay problema”.
—Me gusta contar esta flaqueza que tuve por la respuesta de mi nene, me dijo: “No mamá, a mí me gusta ser del Lobo” —dice emocionada—. Y contra eso, ¿qué vas a hacer? Contra lo que sentís, es como cuando estás enamorado de alguien que no te da bola, y bueno el amor es así.
Amar a Gimnasia tiene cosas malas y cosas buenas: el tripero putea y, mientras, piensa con quién toca el fin de semana próximo.
El tripero putea y, mientras, piensa con quién toca el fin de semana próximo.
—Y decís: ¡la puta madre! ¿Por qué hago esto?
Una vez más, el amor es así.
***
17’ del Primer Tiempo. Brahian Aleman encara el área de manera intempestiva como el guerrero Leónidas y sus 300 espartanos en las Termópilas. Lo derriban ante la mirada del juez Espinoza, quien marca el penal que Licht se encarga de ejecutar para convertir el primer gol contra Quilmes.
La voz mira hacia su derecha y se detiene en la ochava del “corralito”. Ese corralito que nació para contener a mujeres y niños ante cualquier incidente que pudiese ocurrir. Ese corralito era el lugar más seguro para ellas y sus niños.
1999, otra vez el Bosque en estado espiritual. Otra vez las almas y la brisa. Ivana está en el corralito, con su mamá que gastó el dinero que tenía en unos pases para el circo de Ensenada. La pequeña voz prefirió gimnasia a piruetas, prefirió la fiesta al circo y decidió asistir a lo que sería un partido histórico entre el Lobo de La Plata y el “Lobo” jujeño. Como no había plata para comprar entradas y las del circo no eran canjeables en el Bosque, no les quedó más que ingresar al “templo” en el segundo tiempo cuando las puertas se abrían para que la gente pasara gratis.
Ivana tiene 10 años y tiene miedo. Está sostenida del alambre del corralito, sufre y disfruta del griterío ensordecedor de “La 22”, de los miles de triperos que asistieron expectantes de un triunfo que fue de siete sobre cinco a los tocayos. Cada gol es un grito de guerra y rudeza.
Su alma regresa al cuerpo, a la cabina N° 1. La proyección astral se produce y mientras transcurre el partido piensa en Gimnasia. Al pensar en Gimnasia piensa en su infancia en El Dique de Ensenada, en su madre, en ese corralito que su alma visitó minutos atrás, en su abuela enojada porque comía rápido para irse a ver al Lobo; piensa en todo lo que dejó por ir a la cancha, en la plata que gastó; piensa en todas las personas que conoció gracias al Lobo.
Ivana recuerda a las mujeres que solamente iban al corralito de la ochava de la Centenario, las mismas mujeres que año tras año fueron adquiriendo derechos, exigieron igualdad de género, lucharon por sus reivindicaciones sociales y coparon las tribunas a la par de los hombres: sus pares. Y hoy… hoy una mujer es la voz de un estadio de fútbol. Es la voz que habla y dirige las ceremonias triperas.
—Ahora estoy en la voz del estadio —dice—. Estamos, porque no soy yo, es una mujer.
***
31’ del Primer Tiempo. Fito Rinaudo remata desde más de 30 metros y la pelota se clava como un puñal en el arco del cervecero. Explota el Bosque con el segundo gol de la tarde.
Puñal… un puñal como que el Ivana le clavó a su madre al decirle que era peronista. Su mamá que militaba en la juventud radical, le festejó la mayoría de los cumpleaños a la pequeña voz en los comités de la UCR. Pero la niña rebelde e independiente tomó otro camino.
—Es coherente esa decisión con el sentimiento con Gimnasia, porque el Lobo es pueblo y se diferencia de la aristocracia, por así llamarlos.
«El Lobo es pueblo y se diferencia de la aristocracia, por así llamarlos»
Ella transita por el sendero que, entiende, le marca el Lobo. Siente que hay un ellos y un nosotros en la vida gimnasista en general. El tripero es pueblo, es el barrio y el laburador, ese que se contrapone a la élite, a las clases altas y oligarcas (como aquellos compañeros de la secundaria, becada, en el Sagrado Corazón de Jesús).
No existe posibilidad de diálogo entre amigos y enemigos, ellos y nosotros: distinta calaña. Ambos se creen con identidad original y la condición humana y tripera, sobre todo, se cimienta sobre esa base de relaciones antagonistas.
Así, Ivana no puede ser “tan amiga” del “ellos”, de la gente que viste de rojo y blanco, porque siente que no puede compartir lo más profundo de su existencia, no puede congeniar, no puede compartir nada porque sus convicciones son inquebrantables y su honestidad suprema. Si la persona tiene el corazón de león, ella no puede generar conexión. Nunca. Jamás.
—Hoy por hoy yo lo vínculo con la política: tener un pincha y un macrista es lo mismo en mi casa.
«Tener un pincha y un macrista es lo mismo en mi casa»
Puñal… puñal al corazón es el que hubiese sentido si su hijo era hincha del otro club de la ciudad.
—Que tu hijo te pida pintar la pieza de rojo y blanco, es el peor dolor que puede sentirse.
Pero su nene nació tripero, como ella que, con los únicos hinchas triperos del secundario (tres), armó la Filial El Dique, allá por el 2005 cuando al Lobo lo desterraban del Bosque tras el partido con Newell’s. Como Presidenta de la filial se plegó a otras agrupaciones y emprendieron la lucha para el regreso al Bosque: juntaron plata con rifas, sorteos y festivales, pintaron las rejas del “Zerillo” del lado de afuera (porque el Presidente de aquel entonces no dejaba que los socios ingresaran), pintaron las miles y miles de banderitas que flamearon con el más hondo pesar y la más profunda alegría por pertenecer en aquel día fatídico de los siete goles en el estadio Provincial; marcharon e hicieron quilombo para volver a casa.
Se volvió y ella mira desde arriba como en un panóptico que todo lo ve, pero no puede ser vista.
***
Entretiempo. Gimnasia le gana 2 a 0 a Quilmes. Y es el momento de la Voz del Estadio que recuerda el Día Internacional de la Mujer con orgullo, valentía y coraje frente a tantas personas en un contexto históricamente machista. Ella está segura.
—Me puse palabras claves, para que no me agarre el vaho ¿viste? —dice—. Porque el miedo de todo locutor siempre es quedarse sin voz o ahogarse en la típica laguna por olvidar una palabra.
Ella continúa con su relato y los aplausos aceleran el curso del viento que llega hasta lo más alto de las cabinas. Está contenta. Hace mucho tiempo que sueña con este momento.
Suenan el bombo y las trompetas dando inicio al segundo tiempo. Suena el Himno, pero esta vez el de la República Argentina y proviene de la tribuna. Esa tribuna rebalsada de pueblo, chorreante de dignidad trabajadora; de familia delirante, honesta y leal; movimiento popular e inclusivo, de todos y de todas. Triperos y argentinos como el corazón de Favaloro que late cada partido en el Bosque.
Ivana sabe que debe ser correcta, no puede cantar, no puede putear, no puede festejar.
—Se me quita el hábito del puteo en la cancha, pero estoy viviendo a Gimnasia desde el aspecto que me faltaba vivirlo: lo viví yendo a la cancha de local y de visitante, lo viví viajando, gastando plata, no teniendo plata, entrando en el segundo tiempo de chica, lo viví con mi marido, con mi hijo, con mi vieja.
Le faltaba éste, el punto máximo.
32’ del segundo tiempo. Lobos deleita con su juego y habilita a Matos en la puerta del área, que gira y de media vuelta mete el zurdazo para marcar el tercer gol y así sellar lo que sería la utopía cumplida para Ivana. De esos imposibles posibles que sólo Gimnasia conoce.
«Utopía cumplida para Ivana. De esos imposibles posibles que sólo Gimnasia conoce»
***
—Hola, ¿Ivana Rodríguez?
—Sí, soy yo.
—Te llamamos del Club de Gimnasia y Esgrima La Plata porque vos hace unos días dejaste una carta en mesa de entradas y la tratamos en reunión de Comisión Directiva; nos gustaría tener una reunión con vos.
—No quiero sonar ansiosa, ni ser apurada, pero hoy tengo que llevar a mi nene a básquet y voy a estar en la sede.
—Yo también voy a estar.
Plenitud máxima en el entendimiento de esa locutora que cada vez que asumía una nueva Comisión Directiva en el Club, presentaba una carta ofreciendo sus servicios. Estado de éxtasis para ella que percibió una entrañable desconexión con la realidad objetiva y se conectó con una realidad puramente mental y espiritual dirigida hacia sí misma.
La psicología dice que la persona que experimenta el éxtasis a menudo, desconecta sus sentidos hacia el exterior y los enfoca hacia el interior. Eso le sucedió a Ivana que no pudo salir de su interior, otra fase, otro nivel. Todos los sentidos se combinaron para dar como resultado un silencio atroz. Irónicamente, la voz revirtió la dirección y caló en lo más profundo de su ser. Ivana no dejó de pensar en ella, en su carrera, en su familia y en sus propios sueños y metas.
La carta fue recepcionada por las dos gestiones anteriores y ella volvió a su casa con una copia sellada en cada oportunidad. Nunca la llamaron, ni siquiera para decirle: no. La tercera es la vencida, dicen. Pero para que ese vencimiento sea efectivo, Ivana modificó algunas líneas de la carta. Más bien, sumó algunas cuestiones.
—Que mi sueño era ser la voz del estadio pero que sabía que era algo difícil, que ofrecía mi voz para la conducción de los eventos del club y, lo más importante, que yo sabía que era muy difícil pero estaría orgullosa de que mi club levantara la bandera de la igualdad de género
Y ahí va, Ivana con su hijo a la Sede Social de calle 4. Ahí va con su hijo en una mano y su sueño bien protegido en la otra. Ahí va a paso rápido pero firme, ese andar que toda la vida esperó transitar. Las diagonales y avenidas platenses le abren paso, los tilos y naranjos se hincan ante su marcha; el tránsito, los autos y los peatones se detienen, la realidad se congela. Ella, su hijo y su sueño son los protagonistas del momento. Nadie más. Llega. Atraviesa el umbral.
— ¿Ivana?
—Sí.
—Pasá.
—No te voy a mentir, se presentó en la reunión de comisión tu carta y hubo de los dos bandos —dice Norberto Gobbi, Gerente de Marketing— los que dijeron “¡qué bueno, es mujer!”, y los otros, que dijeron “che, pero es mujer”.
Por supuesto que ella tenía muy claro que eso podía suceder.
—De todas maneras, nos gustaría conocer tus intenciones —dice Gobbi.
Ivana le dijo que su sueño era ser la voz del estadio del Bosque y que no pretendía cobrar ni un peso por hacerlo. También aclaró que no quería sacarle el trabajo a la otra “voz”, a lo sumo proponía hacer un trabajo a dos voces o, simplemente, prestar sus servicios para eventos del club. De esta manera, relegaba su sueño por un tiempo más.
Gobbi le comentó que la vieja voz del estadio ya no se escucharía en 60 y 118, que este era su momento y que la Comisión Directiva la quería en la cabina.
Alegría inmensa. Regocijo interior. Ivana está más viva que nunca, sus cuerdas vocales danzan al ritmo de su corazón.
—Me tomo el atrevimiento de poner una condición: antes de cada partido quiero que suene el Himno del Club.
Antes de cada partido quiero que suene el Himno del Club.
***
Final del partido en el Bosque. El Lobo le acaba de ganar a Quilmes por 3 a 1.
La voz del Bosque acaba de cumplir su sueño. Es un logro que tiene varias aristas que convergen en un único triunfo, en la victoria más grande de todas. Como hincha, como profesional y como mujer.
—Por ahí la gente dice: “¿un sueño? ¡Pará tampoco estás en la CNN!” —dice—. Bueno, para mí el sueño es este, no la CNN. Para mí es un sueño cumplido.
Ivana está orgullosa porque en el club de sus amores, ese que pudo haber sido campeón veinte veces, no salió y la hizo enojar, entristecer y resignar para después levantar el alma y el corazón para seguir, una y mil veces; ese que perdió muchos resultados, pero que ganó en calidad humana, esa que se refleja en cada tripero, en cada compañero de tablón, luchas y caravanas. Está orgullosa porque en su club hoy levanta la bandera de la igualdad de género, porque hoy las triperas hablan a través de ella, las mujeres proyectan su voz en el Bosque, voz que se amplifica y multiplica en el resto de la sociedad. Y es ella, una mujer antipatriarcal desde la cuna, la que lucha de la forma más noble contra la violencia y a favor de la igualdad de género.
El Lobo le da voz a la tripera, a las triperas, a la mujer, a las mujeres; porque al Lobo lo hace grande su gente.
¿Una religión?
La Voz del Bosque es mujer y cuestiona los mandamientos religiosos, principalmente las escrituras sagradas por tener pasajes machistas.
—La Biblia dice que la mujer no puede estar con pantalón, sino con pollera y que deben bajar la cabeza y callarse mientras el hombre habla —dice y asegura firmemente—, juro por Dios que dice eso.
Se define como católica, pero no cree en curas ni en monjas. A veces cree en Satán o les reza a figuras religiosas que no conoce como el Gauchito Gil, o a las que conoce, como Gilda.
—Tengo un quilombo con eso: mi abuela es evangelista, mi mamá siempre creyó en Dios, toda la vida fui a escuela católica, tengo todos los sacramentos menos la extremaunción y el matrimonio, pero soy tripera.
Es tripera, dice, eso significa que no hay límites para esa pasión y cuando de Gimnasia se trata, es capaz de prometerle a San Expedito la construcción de una capilla en la puerta de su casa. Prometió ir caminando a Luján, la virgen no cumplió y no fue. Prometió no ir al bingo por tres meses y dejar de fumar, el Lobo le ganó a Rafaela en el Bosque 3 a 0 y tuvo que dejar los vicios.
Lleva colgada una cadenita en su cuello con la imagen de Santa Teresita de los Andes Chilenos. Tiene una relación especial con esa virgen porque se la regalaron, no la buscó. Sostiene que es milagrosa.
—Siempre me cumplió lo que le pedí, pero todavía no pedí lo que estás pensando referido a Gimnasia, se lo voy a pedir cuando tenga que hacerlo.
Ivana es la voz de todos los triperos, es un cachito de identidad gimnasista. Es un pedazo de tablón, un grito sagrado, un palpitar, un abrazo, una caricia. Es la voz del Bosque, es la música toda.
Como tripera ama y odia, está condenada a esta enfermedad que no busca sanar, muy por el contrario: busca congregarse con el resto de los fieles enfermos en una misa que celebra, cada vez, el pertenecer.
—Uno le habla al barba: “¡Loco, te pedí mil veces! ¡Una mándame, una!” —dice Ivana—. Le prometés, primero, todo el amor del mundo y que te vas a hacer monja si Gimnasia gana un clásico y, después, que te vas caminando a Luján; y cuando no te lo cumplió: ¡te vas a la concha de tu hermana, Dios!
El hincha de Gimnasia ya nace con ese patrón de conducta. ¿Cuál? La de dar todo a cambio de pequeñas satisfacciones, la de vivir el aquí y ahora como el laburador o la laburadora que vive con lo justo para comer. El tripero es parte de ese pueblo que busca momentos de felicidad cotidianos: un triunfo el domingo, un abrazo de la familia o el llamado de un amigo. Ser tripero es una forma de manejarse en la vida. De Gimnasia no se hace, se nace. Se nace con trastornos dementes, con delirios divinos, con fe excesiva, con lealtad, solidaridad y honestidad supremas. Para Ivana el Lobo es como un pecado mortal que te condena poco a poco a sentir orgullo por pertenecer.
Ahora, ella pidió y prometió. Pidió por su carrera, pidió cumplir su sueño y hoy está sentada a la derecha de Dios Padre: “El Ronco” Basile.
¿Y si esta vez el de arriba le levantó el pulgar a los triperos?
ME ENCANTO!!!! QUE BUENA NOTA
Que orgullo mi club….siempre a la vanguardia! Como el compromiso que siempre tiene con la causa Malvinas,ahora con la Fragata Libertad y corona con la igualdad de género demostrado lo grande que somos! Un abrazo a Ivana con todo mi corazón de tripera, mujer y peronista!