Nuestro entrenador cumple 60 años. El astro del fútbol mundial celebra su natalicio en Gimnasia. Con Gimnasia. Respirando y latiendo azul y blanco. Y, por supuesto, nada es casualidad.
El 8 de septiembre de 2019, Diego Armando Maradona volvió a pisar el Bosque. Ya no como aquel jugador que nunca le había podido convertir un gol a Gimnasia. Tampoco como aquella joven promesa que, en 1984, zambullido en su latente palpitar napolitano con vestigios catalanes, asistió a un partido del equipo de Nito Veiga contra Tigre, y mientras saboreaba un sánguche de milanesa dijo que “Copito” Andrada era “un pibe crack”. Andrada tenía un año más que Maradona.
Ya no como aquella triste tarde del 30 de junio de 2011, cuando asistió a una verdadera pieza dramática protagonizada por el digno retiro de Gimnasia y Guillermo Barros Schelotto, mientras las lágrimas aplaudían desde las tribunas. Tampoco como cuando bajó en helicóptero para jugar un tiempo con la camiseta de Gimnasia en un clásico a beneficio de la Cruz Roja. No.
Diego Maradona llegaba para quedarse. Ahora Diego Armando llegaba para que el Juan Carmelo fuera su casa, para que los hinchas lo guardaran para siempre.
Vos sabés que al sánguche de milanesa, como al choripán, no se lo suelen consumir en restoranes de categoría, pero resulta esencial para la resistencia de lo popular. Como Diego. Como Gimnasia. Como su encuentro.
La versión más amable, sencilla y humilde de Diego llegó a Gimnasia. Se asomó ante una multitud que se rindió a sus pies y se reflejó en él. Un espejo. Dos fenómenos populares. Dos historias de lucha, superación y resurrección.
El 8 de septiembre de 2019 será recordado como una de las mayores hazañas gimnasistas que se escribirán en las páginas doradas del Decano de América, al lado, adelante o atrás, pero junto al campeonato del 29 arrebatado a Boca en la vieja cancha de River; y la gira europea del 30 cuando el Lobo venció al Real Madrid en su estadio gracias al juego desplegado por Miguel Curell y «El Torito» Naón, pero también al Barcelona, el Benfica en Portugal y Sparta Praga.
Aquella tarde húmeda de septiembre quedará grabada a fuego en la historia tripera al igual que el gol más rápido que también tuvo al Bosque como escenario, obra del albiazul Seppaquercia. Cinco segundos. O como la Copa Centenario. El despliegue de la primera bandera gigante y el gol del terremoto. Movilizaciones, o el enorme orgullo que significa que la Bestia Pop de Los Redondos haya sido un hincha de Gimnasia.
Ese domingo quedará en la memoria como el día en que el Lobo pinceló de azul y blanco cientos de millones de latidos que corearon al unísono el nombre de Maradona. Particularmente, la ciudad fue testigo de un despliegue popular callejero pocas veces visto. Hasta las estatuas cobraron vida, se pusieron el piluso desteñido y salieron corriendo a 60 y 118, para sumarse a la peregrinación de 25 mil almas que no querían perderse el regreso del mesías al verde césped, esperando que obre algunos de los milagros de otro tiempo.
No era ningún sueño: el astro del fútbol mundial haría su presentación formal como Director Técnico del Club de Gimnasia y Esgrima La Plata
Pelusa llora. Rodeado de un plantel de futbolistas y dirigentes obnubilados. Todos abrazados por un estadio repleto de almas excitadas, de gritos descarnados, de emoción estallada y desparramada por los tablones de cemento del viejo y maduro Juan Carmelo Zerillo. Tu viejo lloró, aquella señora y los pibes también. Hay risas que se confunden con el llanto de la popular agitada, las bombas de estruendo y las bengalas de humo. El color azul se sacudió al mismo compás con el que el “de Villa Fiorito” hizo bailar a los ingleses en México. De manera armónica tomó forma en la retina simbólica de los presentes, aquella casaca improvisada del 86 con el escudo antiguo y número de fútbol americano, y Diego elevándose con la mano en alto.
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