“El Negro hizo lo que se le cantó las pelotas, que es una manera de ser libre”,
Gabriel Fernández.
El alboroto de bocinazos, risas, gritos y palabras danzantes retumban entre los edificios del centro de la ciudad. El azul y blanco predomina en las calles grises que intentan teñir de luto lo que es una verdadera efervescencia de pasión, amor y carnaval tripero.
Las calles de La Plata son testigos de algo que jamás creyeron presenciar y que nunca más sucederá: un sequito de cientos de personas delirantes y descontroladas, de fiesta, con bombos, trapos y cartones de vino, acompaña un ataúd hasta el cementerio. ¿Festejan la muerte? No. O sí. Simplemente porque está dando lugar al renacimiento de la identidad gimnasista, porque entre todos se le está abriendo el paso de la eternidad al hombre que personificó los verdaderos valores triperos: justicia social, solidaridad, familia y compañerismo.
Ahí van, desde Sepelios Ruiz en 39. Ahí van por el Polideportivo de 4. Ahí van por Plaza Italia. Como un imán energético, los triperos -y no tanto- se unen a la caravana surrealista –y no tanto- y, automáticamente, se empoderan de ímpetu tripero y enarbolan en miles de banderas el sentimiento más puro de nostalgia y tristeza rebautizadas este día como alegría de ser parte.
El Negro José Luis encabeza la multitud, como en Vicente López, en la Boca o en Lanús. Adelante, su energía mueve y van tras él, camino al cementerio donde reposará su delgado cuerpo. ¿El cajón? Puro simbolismo. Una especie de estandarte donde la esperanza y el fervor luchador de las personas que lo rodean, demuestran que la muerte no es tal cuando alguien se convierte en un mito y guía por su “buena leche” y su alma justiciera.
El 7 de junio de 2001, José Luis Torres fue el jefe de su propio sepelio, marchó delante de cientos de triperos marcándoles el camino para hoy y para siempre. No está dentro del cajón, esa caja de madera donde sobre la cruz reluce un escudo de Gimnasia, -su religión-; está adelante, de joda, con su corte Stone; su musculosa que en algún momento fue negra y con mangas; con su jean que en algún momento estuvo sano; y sus ojotas. Él va, cortando el tránsito, él anda observando que no haya nada fuera de lugar, que nadie joda a nadie, que todo fluya en sintonía de alegre jarana. Eso quería el Negro. Él va guapo y atrevido, con todo el rock tripero en su esencia.
Hoy no se muere, se nace. Nace un nuevo mito, renace la identidad gimnasista que él masticó junto al Loco Marcelo para desperdigar por todo el país. Esa identidad que hoy explota el pecho de todo tripero: pueblo, familia, fiesta, rocanrol y carnaval. ¿Quién muere? Su envase. Lo demás revive día a día en cada corazón azul y blanco.
“Cuando me muera quiero fiesta de la morgue al cementerio”, había dicho el Negro. No había plata para bancar una despedida de esas que hace todo el mundo porque los triperos no son todo el mundo, los triperos son la periferia, lo sencillo, la humildad. Se debía saludar al Negro como estuvo acostumbrado a vivir en la tierra y no había plata. En menos de tres horas los Amuchástegui, los Torugos, los Delmar, los Lemos, los Montesino, el negro Domínguez y tantos triperos más juntaron lo necesario para pagar la casa velatoria donde se haría la previa de la posterior caravana.
Y así fue como el Negro tuvo su merecido paso a la inmortalidad, a la eternidad. Ahí donde él mismo dijo que iba a desplegar una bandera que dijera: “Tripero hasta la muerte”. Y es ahí, desde la eternidad donde cada día agita el trapo para darle empuje al pueblo tripa para salir adelante y dar batalla a la que sea, desde abajo, arriba o del costado.
Abrazados a la algarabía albiazul, frenéticos de pasión y en pedo, todo un pueblo despidió, hace 16 años, al cuerpo del Negro que quedó en el cementerio de La Plata. Su alma renace a diario.
Desobediencia justiciera
Y se murió a los 46 años cuando iban a operarlo de la vesícula en el Hospital Gutiérrez, pero decidió irse antes. Ese espíritu tan desobediente e indomable que data desde noviembre del año 54 cuando, a dos días del mes nacía dando comienzo a un hombre rebelde y contra las reglas establecidas por mentes injustas.
Bueno, eso. Nació un año antes de que la “Revolución Libertadora” derrocara a Juan Domingo Perón. Ese Perón del que tantas veces levantó su bandera y la fundió con la Azul y Blanca y la desplegó en cada cancha, y sobre tantos pibes difundió su doctrina y convicciones bien marcadas. ¿Barrabrava quién? “Si soy barrabrava por defender a alguien, así seré”.
Ese hombre invulnerable daba pelea a quien sea por los atropellos a la dignidad de las personas, por los abusos de autoridad sobre los pibes. Era quien invitaba a la insurrección de la periferia, de los trabajadores y clases más bajas, de los más chicos, de las mujeres. Quienes compartieron tablón con José Luis coinciden en algo: “Tenerlo cerca te daba seguridad”. Y bueno, a las fuerzas policiales esto no le gustaba demasiado y mucho menos en la época de su adolescencia, los fatídicos setenta argentinos. De ahí que el Negro pasara noches enteras en comisarías o, que en medio de recitales, los milicos intentaran reducirlo sin éxito. Los de gorra pasaron a tenerle respeto por no decir miedo.
El Negro fue el líder justiciero de las calles y de los barrios, su vida fue un juego místico donde mechaba la razón de lo equitativo y justo, con la locura más divina de todas. Fue un héroe colectivo y famoso en la ciudad (y alrededores), más famoso que Los Redondos de Ricota. Esos redondos que lo convirtieron en la Bestia Pop.
Solari, Skay y la “Negra Polly” daban sus primeros pasos en la composición de su rocanrol exitoso y lo hacían teniendo en cuenta los personajes y elementos más movilizantes de sus alrededores. Visitaban religiosamente el Bosque para visitar al Lobo y al ver a José Luis supieron, desde el primer momento, que de querer triunfar debían romperla con un tema dedicado a este líder de masas tan obstinadamente entusiastas. Si los Redondos querían transmitir, era a través del Negro José Luis. Y así fue. Su héroe fue (y es) la gran Bestia Pop.
Consejos de libertad
Su vieja, el Lobo, el rock, Paloma Azul y Perón. Sus pasiones, todas. Lo de uno, con lo que nace, lo que le tocó y lo que hay que defender a muerte. Lo que eligió y también hay que bancar. Esos discursos daba a los pibes en los trenes, móviles de almas en proceso de asimilación de experiencias, de conocimiento transmitido por el representante de sus sentimientos, de todo lo que querían ser.
El Negro daba cátedras de vida a los pibes que, arrojados a las calles, todavía no la habían entendido. La calle lo conocía y él a ella. La calle lo vio caminar, correr y crecer.
Se dedicó a ayudar a los demás, a llenar vacíos, a mantener contentos a los que lo rodeaban, a revertir injusticias y denunciarlas. Siempre tuvo una mano para tenderle a cualquier persona, ya sea facilitando la entrada a una cancha, plantándose frente a cualquiera que maltratara a una mujer o un pibe, curándole una pierna a un desconocido tras un tiroteo, o dando consejos a los muchachos que no podían ponerles límites a su vínculo con las sustancias. Tuvo mucho para dar y tiene mucho dado. Sigue cultivando a diario, miles de jardines en almas guerreras.
Su madre lo trajo al mundo y le dio la libertad que necesitó para hacer lo que se le cantó las pelotas, para pararse con el pecho en alto frente a cualquier circunstancia adversa. Gimnasia le permitió ejercer ese ser libre y poder transmitir esa sensación a miles de triperos que lo eligieron y respetaron. Militar en la Juventud Peronista le dio la posibilidad de contagiar esa libertad, de hacer entender a todo el mundo que nadie es más que nadie, que la felicidad del pueblo es la prioridad. Siempre.
Su hija, Paloma Azul, tenía 4 años la última vez que vio al Negro. “Va a ser libre, como es el padre, va a tener libertad”, decía José Luis. Ella era (es) su vida entera. Con las alas que su papá le regaló, Paloma vuela hasta lo más alto del firmamento, vuela entre pinos y eucaliptos en el Bosque, entre diagonales y plazas y se encuentra con él, con el Negro transformado en libertad. Ella y él. Los dos. Libertades. Gimnasia.
A 18 años, el Negro José Luis está más presente que nunca en las libertades rebeldes de cada corazón tripero. ¡Gracias!
Excelente me encantó,me emociono yo.no conocí cuando tenía 18 el venia seguido a gonnet por unos amigos en común. Y yo muy muy tripero quería solo seguirlo. Una gran persona. Un abrazo al cielo Negro querido