“Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo,
cuando ha de ayudarle a levantarse”,
Gabriel García Márquez.
— ¿Querés que sea tu mamá?
Keila sumó a su blanca y permanente sonrisa un gesto de regocijo intenso que denotaba plenitud. Levantó, suavemente, su pequeña cabeza desde la falda de Irene. Buscó su mirada expectante y ansiosa por la respuesta. Mirada rebosante de destellos de cariñosa luz, mirada de la que brotaban gotas del más puro amor. Mirada de impaciencia pasional.
— ¿Querés ser mi hija? —insistió temblorosa.
Y no hizo falta hablar. Kei le dio un abrazo de casi cuatro años de espera contenidos en su cuerpecito dañado, pero jamás abatido; un cuerpito que, a pesar de los golpes, sirvió de armadura para un corazón sin frenos, un alma atrevida y corajuda, un ser sumamente guapo y luchador.
Se eligieron. Se fundieron en lo que sería un lazo inquebrantable. Felicidad líquida amalgamada en una misma sustancia de exorbitante belleza. Fusionaron sus corazones. Estrecharon su relación hasta el más alto nivel de intimidad. Keila no está sola. Están juntas ahora. Dolerá menos todos. Estarán juntas siempre. Madre e hija. Hija y madre. Siempre fuertes, siempre unidas.
Madre
IRENE, nombre griego: “la que tiene paz”
Irene Lugo es la mamá de Keila. Nació en Formosa hace 31 años. Desde su primera semana de vida vive con sus padres. Cuando tenía 10 años su papá tuvo un accidente por el que le amputaron una mano. Por el mismo motivo el jefe lo derivó a La Plata a trabajar en un campo. Así llegaron, Irene y sus padres, al corazón de sus razones, a la razón de sus corazones. Así llegaron a la ciudad que siempre los estuvo esperando.
A veces los avatares, que la propia existencia tiene deparados para cada ser, son tantos y generan una transformación tan profunda que uno termina por naturalizar la cuestión. En este caso, Irene, una pequeña de pelo negro y con una mirada simpática pero reflexiva, pudo adaptarse gratamente a la única escuela privada de la localidad de Lisandro Olmos, dentro del partido platense. ¿Lo naturalizó? ¿Le hizo frente al cambio? Y… un poco y un poco. ¿Por qué? Porque Irene era (es) tripera. ¿Y eso, qué tiene que ver? Mucho. Todo.
Con tan solo 10 años ella pudo elegir de qué lado de la mecha se encontraba y se pararía por el resto de su vida. Son momentos de pleno crecimiento y desarrollo donde los chicos forman sus conductas a partir de vivencias, sentimientos y valores adquiridos. Y ella ahí estaba en una nueva ciudad, con gente desconocida, en su flamante escuela con dos caminos de vida bien delimitados y con características propias. Irene debía elegir, sólo uno estaba destinado a ella.
Un camino estaba colmado de bellas compañías, humildad y compañerismo a flor de piel, hijos de obreros laburantes a los que no les sobraba más que la valentía para encarar la rutina del sistema jodidamente opresor de libertades. Los pibes que conocían la perseverancia y paciencia en la lucha por obtener resultados –tardíos, generalmente-; aquellos que, a pesar de las adversidades, seguían de pie y eran felices sin joder a nadie. O a lo mejor no eran tan felices pero, sin dudas, no actuaban de mala fe. Nunca.
El otro estaba formado por pibes que traían consigo una cosmogonía totalmente diferente a la anterior. Irene entendió que la solidaridad no existía de este lado de la mecha, este camino no bregaba por lo colectivo sino que la individualidad y el egoísmo primaban por sobre todo valor comunitario. Estos pibes venían de familias más acomodadas económicamente y se percibían como superiores. De ahí su frialdad para con los del otro camino.
En el primero caminaban los pibes del pueblo azul y blanco. En el segundo, los rojiblancos concurrentes de countries clubs.
Así fue que los compañeros de primaria la hicieron tomar su primera decisión. Así fue que eligió un camino. El primero. En el primero reconoció la lucha de su padre frente a los infortunios y golpes de la vida, la compañía de su madre y la entereza, humildad y siempre sólida solidaridad familiar. El primer camino era gimnasista como su corazón que latía y late gracias al coraje incontenible con el que cada uno de los triperos nace desperdigado por el mundo para, finalmente, encontrarse en el centro mismo de la pasión, el eje neurálgico del sentimiento más acogedor de todos: el Bosque.
En el Juan Carmelo Zerillo, como una epifanía divina, Irene por primera vez se percibió completa. Algo así como el Estadio del Espejo de Jacques Lacan pero con más pasión y en lugar de un espejo, miles de personas vestidas con la camiseta de Gimnasia y Esgrima La Plata como reflejo de su propia existencia. Completud. Sí. Lejos de la teoría del psicoanálisis que limita el proceso a los primeros meses de vida del individuo, cada ser gimnasista se percibe completo cuando en el Bosque se identifica con el otro igual, el reflejo de sí mismo. El nosotros adopta a ese nuevo yo.
Se enamoró de su nuevo yo, de su nuevo nosotros, de su identidad. Se enamoró de Gimnasia en el Bosque chorreante de dignidad, plagado de pueblo, repleto de pasión fiestera. Se enamoró del Lobo no solamente por lo que es, sino por quien es ella cuando está entre triperos. Gimnasia la cautivó aquel 27 de noviembre de 1996 cuando pinceló el verde Bosque de Azul y Blanco y lo musicalizó con la sonoridad más bella de todas: la que emana de las voces más vehementes e impetuosas.
Se enamoró de ese momento. Clásico con los del otro camino, los de la otra vereda, los del otro lado. Los otros, ellos, allá. Nosotros, acá. “El Viejo” Griguol con su locura impasible y la gorra que cobijaba y resguardaba el cerebro maestro más preciado del fútbol argentino. El Lobo recibió a los vecinos en 60 y 118 por la fecha 15 del Torneo Apertura´96, fue un partido chato en el campo de juego, pero delirantemente carnavalesco en las tribunas.
Esa tarde templada con olor a eucalipto será recordada siempre por Irene por haber adquirido y reafirmado valores intrínsecos a su identidad recién despierta; por haber conocido al amor de su vida y compañero eterno: el Lobo para toda la vida.
Con 10 años eligió trepar la montaña más alta, eligió por convicción. Adoptó y dio inicio a una nueva relación que había germinado allá en Moreno, al nacer. Tuvo la posibilidad de elegir vivir todo el tiempo con la razón, pero eligió ser tripera.
Creció junto a Gimnasia, firme en cada paso estaba a su lado. El Lobo su todo. Terminó el colegio. Estudió Odontología en la Universidad Nacional de La Plata hasta tercer año. No terminó. Le gusta mucho el Periodismo. Quiere estudiar Fonoaudiología. Tiene 31 años. Es Mecánica y Asistente Dental. Trabaja como Secretaria de un Médico por la tarde. Es voluntaria del Programa de Asistencia Médica Integral (PAMI). Lleva el cine a lugares donde las personas no pueden acercarse o no tienen la posibilidad física y/o económica como hospitales, hogares, geriátricos. Además de películas lleva caramelos, torta, pochoclos y su aura luminosa, su energía cálida y gratificante. Lo hace para compartir lo más preciado e irrecuperable: el tiempo, y con gente que lo valora enormemente. El ambiente cambia para aquellas personas que se encuentran solas, enfermas o abandonadas. Desde su lugar, Irene reparte lo que le sobra: amor del más puro y verdadero, ese que no cotiza en bolsa.
Así, entre tanto cine y pochoclos, un día pidió permiso para llevar una película al Hospital Neuropsiquiatrico Infantil de Olmos, donde viven una veintena de chicos con discapacidad. Allí la esperaba su hija.
Hija
KEILA, nombre griego: “bella”
NAHIARA, nombre hebreo: “valiente luchadora”
Las diagonales no florecen -jamás- para los caminantes eternos que, sin techo, deambulan por la ciudad en busca de paliativos transitorios para sus necesidades básicas. Aquel junio de 2009, el frío escarchaba las gotas de rocío que humedecían el empedrado de las calles grises cuando -el segundo día del mes- nació un ángel entre adoquines y tilos flameantes de aire gélido.
Su cuerpito frágil tuvo que hacer frente a la escenografía hostil que le deparaba este mundo de humanos insensiblemente displicentes. Su delicada piel tuvo que soportar arrastrones helados, raspones en su pellejito –que, como todo recién nacido, es un sesenta por ciento más delgado que el del común de los mortales adultos-, raspones que sangrarán en el momento y cicatrizarán más adelante, dejando sensibilidad absoluta en ese cuerito curtido.
La fontanela posterior está en la nuca, es una de las zonas blandas de la cabecita del recién nacido que desaparecen cuando el cráneo se termina de cerrar, tiene forma de triángulo y una extrema sensibilidad. Los golpes callejeros, el descuidado y los fríos permanentes, hicieron que esta bebé no pudiera desarrollarse normalmente y acarreara diversos trastornos físicos y mentales, que adquiriera –sin elección– alteraciones a la salud que la acompañarán por el resto de su vida, que la obligarán a vivir con su salubridad desordenada, con facultades humanas que nacieron normales pero fueron dañadas.
A los 8 meses llegó a Hospital de Niños Sor María Ludovica, la atendieron y la llevaron al Noel Sbarra (ex Casa Cuna). Quien la había traído al mundo la dejaba allí con tan sólo 5 kilos y un maltrato esperando ser desmantelado. Keila Nahiara estaba desnutrida, con la piel dañada y con dificultades para respirar y tragar. Pero su corazoncito latía más fuerte que nunca. Creció con disartria que endureció los músculos de la carita; con anquiloglosia que dificultó su habla; con hipersensibilidad auditiva y con retraso madurativo.
Pero dentro suyo se estaba forjando un ser guerrero y luchador, un corazón valiente con ánimo para sobrevivir y ferocidad angelical para hacer frente a todo lo que vendría. Simplemente porque su corazón sabía que alguien la estaba esperando, su alma entendía que su lugar estaba siendo acondicionado, que su futuro estaba firmemente asegurado y para ella. ¿Que estaba solita? ¿Quién dijo eso? Keila nunca estuvo sola porque, a la distancia física y temporal, el amor de su familia viajaba hasta depositarse en sus venitas y así ayudar a bombear a ese motor vital. Familia que estaba tomando carrera para el encuentro. El vínculo estaba creado, como la leyenda oriental del lazo que une almas gemelas, un hilo azul mantuvo unida a Keila con su verdadera madre.
Más adelante fue derivada al Hospital Neuropsiquiatrico Infantil de Olmos donde viven una veintena de chicos con discapacidad. Allí esperó a su madre.
Encuentro
—Cumplimos 34 meses —dice Lola Ramone.
¿Quién es Lola Ramone? Irene Lugo. Le gusta el punk y es fanática de los Ramones. Lola es su apodo y es en homenaje a un tema, justamente, ramonero.
—No me gusta contar años, pero nos encontramos cuando ella estaba por cumplir cuatro y hoy tiene seis más uno —agrega sonriente.
Cuenta meses, no años. El amor de una madre es amor antes de la primera vista. En este caso, casi 48 meses antes, cuando Kei recién nacía. El cerebro de Lola empezó a producir cantidades cada vez mayores de oxitocina, la “hormona del amor”. Como un cuento de hadas, mágicamente se encontraron. Esos dos seres perdidos en el mundo encontraron el porqué de sus existencias. Del otro lado del lazo azul estaba su alma gemela, sí. Su madre. Su hija.
Ahí, en el hospital hogar que está detrás de la cárcel de Olmos, Keila esperaba ansiosa comer pochoclos y disfrutar una peli en un contexto duro, donde convivía con chicos con trastornos muy profundos, en condiciones precarias. Lola se acercó y su corazón latió desencajado, sus sentimientos perdieron el eje, sudorosa se acercaba a lo que –creía– sería una tarde más. Pero no, algo más estaba sucediendo y las dos lo sentían. Algo se aproximaba.
El retraso madurativo de Keila había avanzado lo suficiente como para impedirle el habla y la motricidad “normal”. No comía sólidos, ni controlaba esfínteres. Con todas sus dificultades, se acercó a su madre la que, sin ser plenamente consciente, la había estado buscando por muchos meses.
—Y ella me eligió, era tan chiquita y lo hizo —cuenta Lola con el alma emanada desde sus ojos a través de lágrimas de amor infinito—, yo la abracé y le hice upa.
No se soltaron más. Se amaron antes de verse. Se cuidaron a la distancia. Se conocían, sus almas lo sabían, sus caminos se fundieron en uno. Ahora, la que tiene paz está junto a la bella luchadora y juntas transitarán el camino más bello de todos.
Eran (son) madre e hija, claro. Pero este mundo, una vez más, de humanos fríos, distantes y egoístas, en este terreno donde prima lo material, lo formal, lo escrito, había que exponer todo el amor de Keila y Lola en algún papel. ¿Es posible? ¡Claro que no! ¿Es necesario? ¡Sí! Sobre todo para poder encarar una vida juntas y fuera del hospital, cerca del calor materno, para conocer gente y aprender, de la mano. Las dos.
Así comenzó un largo trayecto de trámites para legalizar una conexión eterna. Que la partida de nacimiento, que el DNI, que un abogado, que un juez, que no hay plata, que sale 20 lucas, que si se quiere cambiar el nombre 50 más, que hay que pedir prestado, que estás loca te llenas de problemas, que por qué no te buscás un novio y te embarazás, que sos joven déjate de joder, que rifas para juntar plata, que sorteos de camiseta del Lobo donada por Fito Rinaudo, que canastas navideñas, que el correo, que la Defensoría del Pueblo, que el Registro Civil, que malos tratos, que Gimnasia ayuda, que es mi hija y lo será por siempre. Eso sintió y siente Lola que luchó contra viento y marea por conseguir la adopción de Keila.
Desde diciembre del año pasado su hija se llama Keila Nahiara Lugo. Tiene el apellido de su madre.
—El nombre lo respeté porque es su identidad.
Choque y fusión de identidades. Identidad que se constituyó de este lado de las elecciones, con el nosotros luchador, junto al nosotros fiel a una sola razón demente: el amor y la pasión.
—Adoptar es ahijar, que el chico esté en una familia y a Kei la esperaba la familia gimnasista.
En estado de Gimnasia
Ya son 3. ¿Tres? Sí. Keila, Lola y Gimnasia.
Caminan las dos por la avenida Centenario esa que bordea el Juan Carmelo y conecta el monumento con la 60. Lola, mientras avanzan, saca de la campera los carnets de socias para poder ingresar y desenreda los cordones azules de los tapones para los oídos de Kei. Claro, la triperita más chiquita, debe cuidar como cristales sus tímpanos de seda.
—Ella tiene una sensibilidad enorme, quizá dice “ambulancia” y al rato uno escucha que se acerca una —dice Lola—, es impresionante.
Y el Bosque siempre es fiesta, es ruido, bombo, trompeta y carnaval. Por lo que: tapones para los oídos de Keila que salta de alegría al entrar al Templo. Su sonrisa es enorme, sus ojitos brillan como si estuviese mirando por primera vez, nuevamente, a su madre. Se miran, las dos. Comparten sentimiento, se funden en un nuevo abrazo. Keila hace un gesto de agradecimiento interminable a ese noble corazón materno que tanto amor le da. Es feliz. Son felices.
Las tribunas explotan de pueblo tripero expectante por el inicio del partido. Olas azules y blancas en las cabeceras, en la techada. Mucho ruido y movimiento en el Bosque. Lola atenta a los movimientos de su hija que, antes de entrar, temía al ver una mariposa, un pajarito, o al escuchar el sonido de un auto, por haber estado encerrada 4 años en un mismo lugar.
Kei balbucea: “…ese telón no lo pudiste ni estrenar, Verón es fuego”. Lola se sorprende y agarra lo que su hija le apoya en la palma de la mano: los tapones de sus oídos. Keila salta, se mueve y continúa cantando: “…ya falta poco para volvernos a ver y corrés de nuevo”. Ya no hay miedo. Ya no duele y no va a doler. El amor de madre es el más grande y puro del universo, pero el amor de todo un pueblo gimnasista es aún mayor. Y parte de ese pueblo son ellas dos, esas dos almas azules luchadoras y bondadosas. Esas almas sonrientes que vibran en el Bosque junto a tantas miles más, a tantos viejos, a tantos guachos, a tantas personas físicas y a tantas espirituales. Vibran todas las almas que suavizan sus problemas con la compañía basurera, con la palmadita en el hombro que el Lobo ofrece al entrar en la burbuja contenedora, con el abrazo esperanzador e inclusivo. Ese es Gimnasia, el que todo lo puede con la pasión y el amor. Ese es Gimnasia el único camino del buena leche, el camino que eligieron Keila y Lola; la manera de vivir y la forma de ser que las dos decidieron adoptar: estado gimnasista eterno.
Cuando se encontraron, Keila e Irene ya se conocían. ¡Más vale, son madre e hija, sus corazones están conectados desde el momento mismo de la concepción! Lo que no conocían era lo que la vida les fue dando a cada una. Irene (Lola), decidió mostrarle su camino, la elección que tomó allá por el 96 cuando, con apenas unos años más que ella, optó por el camino que creyó correcto.
Lola le dio amor pero le enseñó que en nombre de ese sentimiento que parece ser tan abstracto, se pueden lograr grandes cosas. Lola mostró que con paciencia y perseverancia las cosas se logran y lo fue demostrando con pequeños (enormes) actos. Kei aprendió que podía prescindir del pañal cuando su mamá le explicó y le hizo creer que esto era real. Aprendió también a que en la ducha no iba a ahogarse y que en el baño no iba a sucederle nada malo. Costó, claro que sí. Pero ya no hay un paso atrás de estás dos mujeres que aprenden a diario la una de la otra.
En el afán de exponer su vida pre-encuentro divino, Lola le contó sobre su amor por Gimnasia. No tuvo que hacer más que dar el primer paso para que Keila sintiera igual, el Lobo hizo el resto.
Keila practicó un año natación terapéutica en el club, con la profe Flor que la ayudó a sumergirse en el agua sin llorar, a perder el miedo al baño, a respirar mejor, sin sobresaltos ni ahogos. A olvidar y dejar bien atrás las duchas con una manguera y una cuenco de plástico. Kei está naciendo de nuevo, Kei respira Bosque.
Gimnasia le dio la oportunidad de conocer muchos amigos en Iniciación Deportiva, pequeños enanitos de entre 2 y 7 años que son pura ternura y entrega desinteresada. Todo lo que necesitaba. Allá la llevó Lola cada semana. Verla sociabilizar, hacerse entender cada vez con menos gestos y más palabras, le infló el pecho de emoción y orgullo. Y que sea Gimnasia y su gente la que le inyecta vitalidad, no tiene explicación.
Keila siguió yendo a natación, pero libre, ya no terapéutica y en la pile de lobitos. Este año fue a lo profundo de la pileta grande y nadó sola. Gimnasia y Lola le dan una seguridad que nunca antes tuvo, le dan el amor que no había tenido la posibilidad de experimentar. Keila camina segura, avanza en su nueva existencia de la mano de su madre y apoyada en los cimientos firmes y fuertes que el Lobo le dio. Son un tridente indestructible.
—Lo adoptó ella también, lo tiene incorporado, lo siente —dice Lola sumergida en litros de lágrimas de felicidad—. Ella siente Gimnasia de una manera que a mí me vuelve loca, me fascina.
Iba a un jardín de Los Hornos que de integración tenía poco, Lola no soportaba más ver el cuaderno de tareas en blanco, por lo que decidió hacerle caso a los profes de iniciación deportiva del Lobo y se contactó con el Representante Legal del club para barajar la posibilidad de que Keila entrara al Jardín de Infantes de Gimnasia y Esgrima y posteriormente a la Escuela René Favaloro. No hizo falta contarle la historia de la nena, ni ofrecer recomendaciones, ni insistir demasiado. El club le abrió las puertas y fue la única institución que no puso condiciones a la inscripción de Keila, fue en el único lugar donde no existió discriminación.
—Amo a Gimnasia y más desde que nos dio esta oportunidad.
Hoy Keila tiene seis años más uno y va a primer grado de la escuela primaria de Gimnasia. Se levanta a diario a las 4 de la mañana porque entra a las 7 y media en Berisso y desde Olmos tiene un viajecito. No le importa, se levanta, se ducha y canta “Dale Lobo” en el baño. Sale a la calle y si todavía es de noche, alza la mirada y si hay luna llena le pide a su mamá una foto con el sol tripero. Sale a las 4 de la tarde del colegio. Ahí come, aprende y es feliz. En la René Favaloro le enseñan los verdaderos valores, los más honestos del mismo camino de su madre. Ahí también respira Gimnasia, vive Gimnasia.
—El transportista de la escuela me dijo: llego hasta 152, y yo estoy en casi 200.
Día a día Lola la espera ansiosa en 152, llueve o truene, porque primero su hija, primero su educación, su vida y su felicidad.
Hace unos días Keila llevó a su casa el “cuaderno viajero”. La tarea consistía en dibujar y pintar dos objetos que empezaran con la misma inicial de su apellido: “Lugo”. El cuaderno volvió a la Favaloro con un Lobo y una Luna coloreadas con lentejuelas azules y blancas que sobraron del traje que usa este almita tripera para murguear con “La 60 y 118”.
Irene le mostró su vida, le hizo un recorrido por lo que ella entiende es el camino correcto de la vida, le enseñó de amor, pasión e igualdad. Ella, la Mujer Gimnasista 2016, así reconocida por la Comisión Directiva, es una madraza, es el conducto entre su hija y los valores que predica el club y con los que ella comulga. Ella le enseñó a su hija a dar. Por eso, Kei llega a su casa semana tras semana sin su pulserita de goma azul y blanca.
— ¿Adónde dejaste la pulsera?
—La regalé
— ¿Por?
—Porque no tenían.
La bondad de estas dos mujeres no conoce de límites y ya están en búsqueda de un fabricante de pelucas. Sí, donarán 40 centímetros de los 85 totales que mide el pelo de Keila para “prestarle” a alguna nena a la que la maldita enfermedad se lo haya quitado.
No conocen límites para su bondad, no conocen límites para su amor, su honestidad, solidaridad y pasión exorbitante. No conocen de etiquetas, ni de catalogaciones. Ellas se aman. Ellos. Ellos son tres: Keila, Lola y Gimnasia.
Si alguno de los que está leyendo esto quiere conocerlas vaya a los jardines del Bosque, cualquier fin de semana, juegue o no juegue el Lobo. Ahí estarán ellas, juntas, de la mano, creciendo, amándose, respirando Bosque.
Me encantó la nota y como dice Adriana sin conocerlas personalmente, veo el amor que hay entre ellas y te llena de felicidad, por que vi que lucho mucho para legalizar pero como toda loba no abandono y me da mucha admiración. Les deseo toda la felicidad que se lo merecen!!!
Me llena de orgullo que mi hija comprendio de chiquita que dar es lo mas importante en la vida, que Dios siempre te acompaña y la gente del Lobo y nosotros que somos los padres y abuelos estamos re felices por nuestra nieta y agradecer a Dios y a Gimnasia por todo lo que recibe nuestra Keila, gracias totales para todo esa familia del Lobo.
Piru ! tus palabras me llegaron al alma.
GRACIAS POR TODO