El cromosoma G de las Lobizonas

“Hay personas que nunca se vuelven locas,

qué vida tan horribles deben vivir”.

Charles Bukowski

 

 

Se apagó la luz.

No hay mar, ni arena.

No hay aroma a sal,

Y no huele a libertad.

Extraña las luces de su Miramar, esas luces que jamás se apagan. Esa claridad permanente, ese sol noctámbulo. Ese lugar, aquel lugar. Se estremece de incertidumbre, se siente pequeña ante la inmensidad del paisaje urbano de la gran ciudad que más tarde conocerá y entenderá que no es tan grande. Se siente sorda ante los ruidos de La Plata que, comprenderá, no son tantos. Se siente ciega porque no hay luz. La ciudad está oscurecida por los altos edificios que ensombrecen las calles grises platenses.

Anabel Aon está sola en un lugar que -cree- no es el suyo. En una ciudad grande, oscura y desconocida. Como los prisioneros en el mito de la caverna de Platón, se siente en una profundidad desconocida donde sólo ve figuras creadas y manejadas por otros hombres que proyectan todo tipo de sombras. Esa es la referencia que tiene del mundo exterior. Esa es su percepción de su nueva vida.

Lo que no sabe es que pronto esas cadenas se romperán, esa oscuridad se iluminará y que aquel recuerdo de claridad y libertad resurgirá para corporizar y dejar de ser una evocación a la memoria. Ella saldrá de su departamento, caminará por las calles antes grises y las verá azuladas. Verá el azul más brillante de todos, ese tinte que irradiará luz a toda su vida.

Anabel siempre verá luz. Su luz. Luz de sol. Luz de luna llena. Luz azul. De Lobizona.

 

***

Ahí, en 25 y 32 hay un estadio al que quisieron decirle “único” con el consentimiento de los vecinos rojiblancos. Claro, para quien no tiene donde dormir, cualquier piso es una cama. Sin importar que el dinero de aquella corrupta construcción haya provenido de manejos turbios, “ellos” aceptaron sin chistar la unificación de la localía.

¡Pero el Lobo no! Gimnasia tiene una larga historia de luchas y la del Juan Carmelo Zerillo no es menor y quizá sea la más grande batalla y muestra de amor que el pueblo tripero pudo dar allá por diciembre del 90. Aquella tarde cientos de almas movilizaron y pregonaron frente a la Municipalidad el deseo de permanecer en 60 y 118. Exigieron a las autoridades que la identidad gimnasista se respetara y se quedara en su casa: el corazón del Bosque.

Años de lucha, prédica y combate. Solos contra todos los poderes. Todos. Gimnasia tiene casa, Gimnasia tiene Bosque, tiene estadio, identidad y pasión.

Pero allá por el 2009 todavía las asociaciones ilícitas de personajes públicos y no tantos hacían que el Lobo sea local en los clásicos en el Estadio Provincial Pincharrata. ¿Pincharrata? Sí, están acostumbrados a lo oscuro, turbio, ilícito, inmoral y tramposo para llegar a todo lo que supieron conseguir. Como dijo el gran Dante Panzieri, sus resultados de dudoso origen “marcan una época que nos avergüenza” como argentinos.

En cambio, el Lobo no tranza con nadie, ni tiene amigos. El Lobo es buena leche y por eso a veces cuesta un poco más conseguir frutos. Pero como la adversidad lo hace más fuerte, ese clásico número 145 se plantó de local en un lugar prestado, frío, hostil y si se mira fijo es rojo y blanco. En fin, ahí estaba el fiel pueblo tripero bancando al primer equipo.

En la cabecera se dispusieron banderas al revés en señal de protesta, porque al Tripa no le cabe jugar en el cuenco de cemento provincial pero no sabe de abandonos, así que siempre fiel, siempre presente.

En cuanto al juego, fue un tanto trabado pero el Lobo se acercaba más al arco de Andújar que ellos al de Sessa. Podía darse para cualquiera. Carol Madelón mete cambios: entran el querido Juan Cuevas y Nacho Piatti. Pipino no falló y en la segunda que tuvo los embocó. Centro de Marcelo Cardozo desde la izquierda, Cuevas superó a Angeleri y definió con una perfecta volea de zurda que ya tenía pasaje a México. Nada pudo hacer el arquero.

El provincial estaba siendo testigo por primera vez de un triunfo clásico tripero. Estaba asistiendo a la magnífica sensación de la victoria gimnasista, a la explosión de pasión contenida desde el 2006, desde aquella goleada fatídica futbolísticamente, pero heroica en las tribunas. Al éxtasis y a la locura que desbordaban sus escalones fríos e incoloros. Al Estadio Ciudad de La Plata se le erizaron las fosas, el tiempo se suspendió para aquella enorme y trucha construcción que no entendía nada.

En medio de esa fiesta azul y blanca estaba Anabel. La misma de la caverna de Platón. La misma que llegó de Miramar a trabajar a La Plata porque la empresa así le propuso y ella decidió aceptar. Ahí estaba ella con su pareja de sangre azulada. Todo era festejo y alegría para un Lobo que se llevaba tres puntos al Bosque.

Minuto 6 de descuento. 51´ del segundo tiempo y Sánchez Prette golpea al corazón tripero estampando el 1 a 1. Golpea, sí. Más vale. Obvio. Y más sinónimos. Los tripas se miraban unos a otros, no entendían. O si, entendían. Ese espacio les es esquivo, ese lugar no es el suyo. Ese lugar es adverso a su esencia. Ese lugar es, para los vecinos, como un resultado más de esos que supieron conseguir, les calza justo: fuentes inmorales y tramposas. Gimnasia está fuera de eso y no comulga con hostias vencidas ni vinos picados.

Dolió pero, una vez más, se festejó. ¿Se festejó? ¡Claro! Se festejó ser triperos y pertenecer a la gran familia gimnasista. Se celebró tener cancha, se celebró por el Bosque y por las generaciones pasadas y futuras. El Lobo siempre celebra y el tripero siempre agradece a la vida por presentarle a la maravilla más fabulosa de todas: Gimnasia.

En ese preciso momento una ametralladora de sentimientos y emociones flotantes tomaron una sola dirección y calaron dentro del cuerpo de Anabel, “la Negra”. ¿Qué emociones? Pasión, amor, dignidad, igualad, pertenencia, sufrimiento, valor, coraje, garra, dolor, fuerza, alegría.

Fue una tarde oscura para el pueblo tripero, pero esa oscuridad trajo la noche más luminosa de todas que irradió y dio un manto de luz al alma y a la vida de Anabel. La luna llena es el sol tripero, el sol que Anabel creyó perdido en Miramar. Ese sol que creyó no la había seguido por la ruta 2. Ese sol está y estuvo acá, la esperó siempre y se encontraron el 5 de abril de 2009 en el estadio provincial y pincharrata, en una tarde con un resultado favorable al contrario.

—Ese día me enamoré de Gimnasia y cuando digo Gimnasia digo gente, su gente —dice la Negra.

 

 

Se prendió la luz

Hay pasión, hay pueblo

Hay aroma a Bosque

Y huele a libertad.

Y ahora ella quiere jugar al hockey. Es que toda su vida lo hizo. Bueno, no. Empezó a practicar con el palo y la bocha cuando tenía 12 años. Jugaban amistosos con, por ejemplo, el Club Ferrocarril Bartolomé Mitre de Buenos Aires. Para ella era particularmente especial porque no sólo viajaba con sus amigas a otra localidad y emulaban mini viajes de egresados con una cierta (in)frecuencia de días, sino que era “re groso” porque conoció a gente que admiraba como Karina Masotta y Otto del Vilmar, el entrenador de arqueras de la Selección. Gente a la que veía por televisión a las 3 de la mañana cuando los Juegos Olímpicos se desarrollaban a casi 12 mil kilómetros de distancia y a 13 horas de diferencia. Allá, del otro lado del mundo, en Sydney.

Ana a veces tenía hockey, a veces no. A veces había profe, otras no. Pero lo que siempre había -cuando jugaban- eran fiestas. ¡Sí! Se trataba de un grupo humano en formación, chicas adolescentes que estaban incorporando vivencias a su tránsito por esta existencia terrenal. El hockey terminó por ser una excusa para encuentros entre amigas, fiestas, alcohol y rocanrol. Sí. Como todos y cada uno de los que está leyendo esto.

Aquel hockey juerguista de Miramar fue parte fundamental en la formación de la Negra. No existía una competencia oficial, existía amistad, familia, compañía, compañerismo, diversión y solidaridad. ¡Pero qué lindo que es el hockey para ella! Es un jarrito lleno de mar que se trajo de la costa, un puñadito de arena de esa que calienta los pies que se enfrían al bajar el sol, un cachito de su infancia que trajo con su bolso para La Plata. Ama el hockey. Es una parte de ella.

Cuando era piba no era muy aficionada al estudio. Más bien era tirando a holgazana. Ella prefería compartir con amigas y amigos sus días. Pero su mamá se puso firme y le dijo: “Vos te llevás materias, vos trabajás para pagarlas”. Y así fue que la Negra se calzó los largos y empezó a laburar a los 14 años, se pasaba todo un verano trabajando en una verdulería cerca de su casa. O en la fiambrería. O ayudaba en cuestiones administrativas en el transporte donde su papá era chofer. Algo siempre hacía.

—Yo laburé porque si repetía no iba a ir con mis amigas —dice Ana.

Así aprendió a manejarse como adulta desde chica y entendió que las amistades se construyen y alimentan a diario, que a la familia se la quiere, se la respeta y ayuda. Así adquirió todos los ingredientes necesarios para salir a la calle con suficiente espalda a bancarse la que se venga.

Y así, con esa espalda se presentó a su primera y única entrevista de trabajo. A los 18 años, cuando terminó el secundario. Era (es) una empresa de Zona Franca.

—Y yo le hablé del hockey, de lo que me gustaba hacer, ¿qué más iba a decirle? No sé qué querían que les dijera.

Pero se fue tranquila por haber sido sincera, por haber sido transparente, por haber contado lo que ella sentía y le gustaba hacer, aunque nada tuviese que ver con las competencias necesarias para el puesto.

—Un día me llamaron y me dijeron que me estaban haciendo la oficina.

Entró y no se fue más. Hace casi 20 años que trabaja para la misma empresa. La Negra tuvo una base contable en la escuela, pero… en la escuela ella hizo amigas. En su trabajo aprendió día a día, se hizo cotidianamente y desde abajo. Empezó organizando facturas: las que tienen IVA a aquel talón, las que no tienen IVA al otro. Y así. Hoy es la mano derecha del dueño y trabaja en Ensenada de lunes a viernes.

 

Se prendió la luz

Hay trabajo, hay futuro

Hay aroma a infancia

Y huele a libertad.

  1. Hay aroma a infancia, sí. Ana quiere jugar al hockey en La Plata. No quiere dedicarse solamente al trabajo.

Una tarde volvió de Ensenada y se puso en campaña: agarró la tijera y desmontó las mangas -cortas- irregulares de una remera-pijama de baja calidad. Musculosa, pantalón, zapatillas y unas ganas incontrolables de jugar. Se fue a probar a Everton y ahí permaneció algunos días, pero como en los recordados tiempos de Miramar lo mejor que se llevó fue la amistad de dos compañeras: Cecilia y Mailén. Al resto de las chicas le apasionaba más la indumentaria adquirida en grandes marcas que los córners cortos y los shoot-out.

Se fue del club pero con dos amigas en el debe. Cecilia, insistidora, la llevó a probarse a muchos lugares. Ninguno las convencía y la Negra moría por delirar con la bocha.

—En Gimnasia están empezando a reflotar el hockey, ¿vamos? —dijo la Chechu, en lo que sería la última prueba para ambas.

—De una.

En 58 y 123, cerca de Berisso, cerca de Ensenada, cerca del glorioso Estadio del Bosque está el Bosquecito desde 1992. Un predio de 11 hectáreas destinado a concentrar las actividades de todas las categorías infantiles y juveniles de Gimnasia. Busca la formación integral de los pibes y cuidar, revalorizar y educar al semillero. Ese semillero tripero que tantas satisfacciones le dio al club. Ese semillero tan patrimonio, ese semillero tan capital, tan fundamental, tan “Mens Sana in Corpore Sano”.

Pero en ese predio también estaba Lucía Romagnoli junto al actual DT de primera división del hockey, Daniel Roelling. Incansable luchadores, como todo ser tripero derrotaron las adversidades que surgieron y presentaron un proyecto para reflotar el deporte en el Lobo. ¿Por qué reflotar? Porque el hockey fue un deporte pionero en el club, junto a la esgrima.

Que sí, que no. Que no es el momento, que faltan materiales, que no hay apoyo de la dirigencia, que cambió la comisión, ahora sí. Bueno, ya no. Que no importa, lo hacemos igual y a pulmón.

¡Y sí! Como si el espíritu tripero no supiese de tozudez, de esfuerzo y coraje. En 2011 comenzaron a trabajar con tripa y corazón en el hockey tripero. Con ellos, las Lobizonas. ¿Muchas? No. Un puñado. No llegaban a ser más de un equipo para competir en encuentros de 7.

La Negra Aon cayó ahí. Entre su trabajo -ese que trae desde Miramar- y su hogar -ese que está iluminado desde que conoció a la luz azul-, está el Bosquecito. El Bosquecito tenía sólo una luz. ¿Una sola? Sí. Si se veía era gracias a las luces de los autos que oficiaban de focos direccionados a la cancha.

A pulmón. Pastos altos. Pozos. Poca luz… ¡sobre todo poca luz! Contra todos los pronósticos, la Negra se quedó. No sólo se quedó, sino que se enamoró del Bosquecito. Ese lugar pasó a ser suyo.

Ese predio es hoy su casa. ¿Por qué? Lógica pura: allá, en la Costa Atlántica, Ana nació con el “Cromosoma G”. ¿De qué se trata? Todos los que leen esto lo tienen incorporado y lo desarrollan sin darse cuenta. Más bien, el cromosoma es quien desarrolla al ser interior de cada persona. Hay quienes ni siquiera están enterados de ser portadores del mismo hasta que conectan con quien también lo lleva.

— ¡Hola, bienvenida! — dijeron al unísono las hermanas Daniela y Juliana Olivero, iluminadas por las luces de posición de un Volkswagen Gol corto de batería.

Ese acercamiento fue suficiente. Los capos de la genética explican que el número de cromosomas es constante para las células de una misma especie. Y esta especie es determinada por 22 cromosomas “G” por célula. Ese cromosoma innato a cada ser, ese ser gimnasista, esa especie tripera: las Lobizonas.

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Y esa especie fue creciendo, la manada fue cada vez más grande, los deseos de las chicas también, las ganas de competir y de tener una cancha propia, igual. De 7 Lobizonas pasaron a ser cerca de 100 para el 2014. El esfuerzo de las jugadoras y el cuerpo técnico se empezó a ver plasmado en frutos deportivos. Ese año jugaron el primer Torneo Metropolitano sobre césped, todas las categorías competitivas clasificaron a los playoff y la primera se mantuvo en una posición fantástica todo el campeonato.

Un año después comenzaron a notarse las limitaciones de las Lobizonas que, a pura garra y corazón, le ponían el pecho, el pulmón y los ovarios a los entrenamientos nocturnos y, prácticamente, a oscuras y sin materiales para representar de la mejor manera al club que las cobija como puede. Ellas son Gimnasia, ellas reflotaron la disciplina dejada de lado por antiguas dirigencias. Ellas tuvieron un sueño, transitaron juntas un mismo camino y, sin más que su pasión, siguieron luchando contra las adversidades.

En 2015, entonces, decidieron seguir compitiendo. ¡Más vale! Tienen el Cromosoma “G” por lo que: abandonar nunca, rendirse jamás. Compitieron, por primera vez, en césped sintético pero entrenando en natural… ¡y qué natural, hasta huecos profundos en el piso, cual selva sin león! Pero las Lobizonas portadoras del gen tripero más aguerrido, testarudo y luchador la rompieron y estuvieron a punto del ascenso.

Cada año fueron tomando más guapeza basurera, más amor y pasión azul y blanca. Si de perseverancia y trabajo hay que hablar, las Lobizonas con su esencia popular y trabajadora emergen en la mente.

“Y la Negra es la Negra”, te dicen quienes hablan de Anabel Aon. Es dueña de una fiereza incalculable y de un compañerismo sin igual. El Bosquecito se adueñó de ella, no la deja escapar. Todo grupo humano necesita empuje, fuerza y cohesión, necesita el engranaje justo y necesario para caminar a la par y conseguir un mismo propósito. Ana es ese engranaje. Ana es el Cromosoma G de las Lobizonas.

La Negra no se apartó del camino desde aquel 2009 cuando el hockey sólo contaba con una luz y muchos pozos. La Negra no se apartó del lado de Lucía y Daniel por más que hoy, años después las condiciones no sean mucho mejores. La Negra no se corrió del camino, ni a palos, porque en el Bosquecito encontró esa luz miramarense, esa luz que se encendió cuando conoció al triperío desbordante de alegría pasional en un clásico adverso en el Estadio provincial y pincharrata. Esa luz familiar. Esas compañeras, esas chicas. Ese equipo, esa familia.

 

Se prendió la luz

Hay hockey, hay cromosoma

Hay aroma a familia

Y huele a libertad.

La Negra es negra. Bueno, morocha de pies a cabeza y tiene una sobrina rubia que se llama Canela. Es la hija de su hermano menor, Nicolás. La hermana más grande, Paola está en Miramar con su hijo de 21 y la madre. Dos almitas la acompañan en sus días: su hermano Paulo y su papá.

Cuando estaba en su ciudad natal, los domingos eran religiosamente dedicados a la familia. El padre, camionero, sólo estaba en casa ese día para almorzar juntos. Pasara lo que pasara, los seis debían dominguear. No era una obligación, eh. Lo disfrutaban, claro. El calor de la familia, el amor desinteresado y la comodidad del hogar, no tiene reemplazo. O sí.

Los domingos en familia son inamovibles. En La Plata no está su familia de sangre. Sí su familia tripera. No hay domingo que la Negra no pase en el Bosquecito. Ella es defensora en la cancha y fuera, es capitana dentro y fuera. Es líder natural, es la madre, la hermana, la amiga de todas las chicas. Es la más grande y la que tiene más experiencia. Es la que la luchó desde dentro para formar uno de los grupos humanos más unidos y luchadores de todos.

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Y no están sus hermanos y sus padres, pero los domingos los comparte con su familia basurera, allá en el Bosquecito o en San Luis, donde son locales las Lobizonas. Porque Gimnasia solo le dio satisfacciones. Y cuando dice Gimnasia, dice la gente. Cuando dice Gimnasia dice la camiseta, la Azul y Blanca. Cuando dice Gimnasia, dice hockey. Lucha y perseverancia.

—Yo con otra camiseta no lo haría, el Bosquecito es mi casa, la [división] Intermedia mi familia —dice—,  el Lobo te cautiva, te enamora.

La Negra hizo raíz en el Bosquecito. Y sus frutos, sus hojas verdes y frescas se ven hoy reflejadas en cada tarde compartida, cada actividad, cada viaje, cada entrenamiento, cada lucha por la cancha de sintético.

—Me gustaría que Gimnasia tenga una cancha y un kinesiólogo porque es súper importante para nosotras y más con las lesiones que sufrimos — dice frunciendo sus cejas, también negras—, pero si no la tenemos, ¿qué me calienta? No puedo compararme ni con las Lobas, ni con Santa Bárbara.

Claro, simplemente, porque ella sabe que sin luchas no hay victorias, su cromosoma la guía. No puede doblegarse ante el vacío sintético, porque la lucha no hubiese tenido sentido. Seguirá remándola e incentivando a las pibas.

—Lo que más quiero es la cancha porque va a ayudar a todas las chiquititas, nosotras ya estamos grandes. Se puede mejorar, siempre, pero nosotras ya estamos.

 

Se prendió la luz

Hay hockey, hay cromosoma

Hay aroma a familia

Y huele a libertad.

Las Lobizonas la apodaron “La Negra 22”. Por estar loca, por ser quien le mete alegría al hockey. Por estar loca, por ser quien contra viento y marea luchó por levantar el grupo humano del hockey tripero que tanto rema por permanecer de pie. Por estar loca, por ser la confidente de las chicas. Por estar loca, por dar todo lo que tiene y lo que no, también. Por estar loca, por amar a Gimnasia como todos los que cuentan con sangre azul. Por estar loca, por tener 22 cromosomas G en cada célula. Por estar loca, por ser la Lobizona líder de la manada.

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No se puede defender lo que uno no siente y La Negra 22 está loca por Gimnasia, por su gente, por el hockey, por la familia gimnasista. La Negra 22 es Tripa, es honestidad, es guía y enseñanza, es amistad, garra y corazón. La Negra 22 es luz en la ciudad, en el bosquecito y en el camino largo que todavía resta a la disciplina. La Negra 22 es fortaleza mental, es liderazgo, es empuje, es amor. Sin ella la especie no hubiese evolucionado de tal manera. Sin ella los domingos no serían tan domingos, y las Lobizonas no tan Lobizonas, porque ella es su Cromosoma “G”. Ella vino a prender la luz. Esa que Gimnasia le prendió a su vida. En Gimnasia volvió a jugar, volvió a soñar.

—Una vez una flaca me preguntó cuál era mi pasión y no supe qué contestarle, hoy te digo: mi pasión es Gimnasia y cuando digo Gimnasia, digo su gente, nosotros.

 

Por Gisele Piru Ferreyra

2 Comments

  1. Me encantó la nota, realmente nunca había oído hablar de La Negra 22.
    Me gustaría que alguien me pase su teléfono para llamarla y sacarla al aire o cuando venga para la costa traerla al programa.
    Felicitaciones por la nota!!!

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