Amar los colores

El tiempo pasa y transcurrimos experiencias inimaginables en este juego que es el devenir de la vida. Al fin y al cabo, siempre nos acobijamos donde más nos quieren, donde más nos sentimos apreciados. Somos nosotros los que encontramos ese abrazo, ese fuego que llena nuestro corazón. Y vos, que estás leyendo esto, contame. ¿No fue en 60 y 118 donde estaba ese abrazo tan buscado? La sonrisa protectora que te indicara que ése era el lugar, que allí la vibra es perfecta. Claro que no podemos vivir ahí. Es tan solo una cancha de fútbol. Un buffet, tribunas, plateas, un puesto de venta de ropa deportiva. ¿Cómo todo eso, que no supera más que algo material, llega a sanarnos tanto el alma? Sí, Lobo. Cuando me encuentro con vos, con tu gente, el sentimiento fluye y el viento me golpea el rostro tibio, seguro. Feliz.

Siempre más o menos los recuerdos nos hacen cerrar los ojos y soñar un rato. Gracias a goles y a milagros hay momentos que se vuelven eternos en nuestro corazón. Momentos con familia; y si no es así, con el cielo mismo, donde se hallan los triperos que migraron a otros mundos, para ver los partidos desde la tercera bandeja. Abracemos la camiseta, porque es nuestro mejor hogar. Vayamos a la cancha y alentemos bien fuerte, gritemos con buenas intenciones; agradezcamos. Unidos nos queremos.

Las situaciones coyunturales simplemente hay que vivirlas, sean buenas o malas. En el fondo de eso está la esencia. La coyuntura alimenta a la esencia día a día, a la que no podemos abandonar. Por eso hay que cuidar bien de cerca a nuestro club. Aprovechar cada chance para participar y sumar optimismo basado en realidad. Porque tenemos que elevarnos bien alto, bien digna y honradamente entre nuestros pares, y eso cumplimos nosotros mismos.

Miles de caras conocidas y desconocidas encontramos en el glorioso Bosque cuando juega el equipo. Hermanos cuyas vidas no conocemos, pero que llevan en su cuerpo la insignia suprema, los colores que atraviesan los lugares y las épocas para llegar al fin a las citas de cada partido, a los rituales póstumos que nos hacen sonreír y volver a creer.

En cada canción encuentro más motivos para amarte. Tripero me hizo mi viejo, y él me enseñó que los ideales se respetan. La camiseta como bandera, siempre. El Bosque como templo y hogar máximo. Alentar al Lobo desde nuestra mayor verdad. Y recordar los momentos que nos regala, para que nunca se terminen, para hacerlos mejores. Allí está, en realidad, la gloria real.

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