Se apagó la luz del universo, y cuando las velas del dolor encendían la noche, otro golpe que completaría el cuadro de sotes que comenzó el miércoles al mediodía. Sebastián Méndez, comunicó a los dirigentes su intención de irse de Gimnasia. Era casi la medianoche de un día durísimo y quedaba la esperanza de poder convencerlo para continuar.
La lealtad a Maradona fue más fuerte, y no es para nada reprochable. Es respetable y hasta admirable. El Gallego llegó al Club como ayudante de un Diego Maradona entrenador, como parte de su equipo de trabajo. Que se haya tenido que hacer cargo del primer equipo masculino en los últimos meses por cuestiones de prevención ante la pandemia y salud del Diez, no cambió el orden de los factores y Méndez… sí, Méndez siempre lo dijo: “Soy ayudante de Diego”.
Ese rol lo respetó a rajatabla. Se hizo cargo como entrenador alterno cuando Diego no podía asistir a Estancia Chica, por supuesto. Pero cuando el más grande sí se apersonaba, se hacía a un lado. Declaraciones dio muy pocas, contadas con los dedos de una mano. No correspondía. Era solo un ayudante.
Recién brindó conferencias de prensa con el inicio de la Copa de la Liga Profesional ante el requerimiento de la organización que obliga a que el entrenador de cada equipo lo haga. Méndez estaba a cargo mientras Diego pasaba horas difíciles en torno a su salud. En cada una de las cuatro conferencias de prensa, lo nombró. A Él.
Maradona se nos fue. A todos nos arrancó un pedazo de vida. Y el Gallego, destrozado, decidió lo que creyó correcto: irse también. Adrián González, Hernán Castex y Gastón Romero también. Nadie puede ponerse en los zapatos de otro en un momento así. Mucho menos cuando el dolor desborda tantos corazones. Final del cuento.
El último hincha que saludó a Méndez
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