Día de calor en la ciudad. Los árboles respiran un ambiente de ansiedad ante la expectativa porque arranque el campeonato. El Lobo se prepara para nuevos desafíos, y uno espera que los éxitos provengan de esos mismos desafíos. La compañía de los hinchas siempre va a estar, en las buenas, en las malas, y cuando estamos más o menos, también. La fidelidad de este pueblo es inmensa, a pesar de todos los golpes que uno pueda llegar a sufrir, institucional y deportivamente. Las banderas y los bombos impondrán su presencia para apoyar a Gimnasia, vaya a donde vaya, juegue a lo que juegue. Porque aunque sea día laboral a la noche, con un mal clima, y sin jugarse por nada, la gente mens sana estará junto a las Lobas o los Gladiadores en una velada en el único polideportivo de la ciudad. Seremos eternos.
Es una tradición que se hereda, o que se contagia. Ni siquiera puede decirse que sea una acción racional el hecho de hacerse hincha de Gimnasia (aunque uno elegiría este camino una y mil veces más), sino que es algo que a uno le llega, un destino que le será una guía hasta en los momentos más difíciles. Porque realmente, ¿no es en la cancha donde uno encuentra un aislamiento de todo lo de afuera, de todo lo que nos pasa por la cabeza en la rutina diaria? ¿No es en el Sagrado Templo donde corren aires renovadores, que hacen que nos queramos quedar toda la vida ahí?
Y que las cosas se sigan haciendo bien, por favor. Por el bien de todos nosotros. Es más gratificante la felicitación de un pueblo tripero contento con el rol del dirigente, que la satisfacción que puede llegar a darte lo que comprás con lo que te afanás. Dirigente, cambiá prestigio por guita y mala fama; cambiá unir los lazos de esta gente, por meter en una crisis al club. Mientras tanto, todos los socios tenemos que apoyar cada una de las buenas medidas, y criticar todo lo que va en contra de nuestra institución. Pero tomar un rol activo. No dejar a Gimnasia librado a la suerte, porque nosotros somos Gimnasia, y Gimnasia se desvanece si no lo cuidamos.
Preservar la identidad tiene que ser nuestra meta, todo el tiempo. La identidad y el patrimonio institucional. Y mejorarlos; rendirles honor, adaptándolos a la realidad actual. Así llevaremos a Gimnasia a ser admirado, convirtiéndolo en un modelo para el entorno. Hacia allá tenemos que ir, y eso no se consigue más que con unión, con la fortaleza de nuestros lazos. A tirar para adelante, siempre. A multiplicar las fuerzas que mueven al corazón. Porque es lo que nos hace felices, es lo que buscamos por instinto. Gritar bien fuerte, abrazar el sentimiento.
«A mí me gusta ser de Gimnasia, ¡azul y blanco es mi corazón!».
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