Es para llorar, perdónenme

PH: Gonzalo Moretti

Gloria: En las religiones cristianas, felicidad plena

y verdadera del hombre que es fiel a la voluntad de Dios

y que goza de intimidad con él. 

 

No entiendo nada. Hay unos tipos y unas minas reunidos en las escalinatas de la Catedral de La Plata esperando por la llegada de Dios. Al menos eso dicen y vociferan, fuerte. Recontra fuerte. Cada vez más fuerte. Ese Dios que todos conocemos muy bien, desde lejos, pero tan cerca. Omnipresente. Ese al que le rezamos aunque no tengamos la certeza de que nos escuche. Seguro tiene muchos quilombos que atender. Ese Dios que aunque manchado, impoluto.

¡Cómo gritan! Desesperados, implorando como si necesitaran de inmediato de su empuje, de su ayuda. De su mano.

Ese Dios estaba por llegar. Y todos lo sabían. Lo empezaron a sentir cada vez más agudo, ahí como un pinchazo en el centro del pecho. Pero no duele, eh. Claro que no. Se disfruta como el abrazo de tu vieja, de tu viejo, de quien quieras que quieras con el alma. Se disfruta como Gimnasia. Ustedes saben de qué les hablo.

Todo fue de repente. Después de perder en La Paternal sentimos que tocamos fondo. Y eso que conocemos de situaciones adversas y dolorosas hasta el sangrado. Pero esta vez era distinto, ¿no? Sumamos uno cuando teníamos que sumar quince, el entrenador se fue y con la cabeza gacha (imagen que tenemos pegada a la retina, latente, que se repite con más o menos frecuencia), y los mandamases se miraban las caras. No quedó más que ahogarnos en la más profunda tristeza.

No hay peor agonía que la que se da de paso en paso, dicen. ¡Pucha si es cierto! Así caminábamos, deambulantes sin horizonte, con una angustia azotante, sin salidas próximas. Condenados.

De repente alguien dijo que podía llegar Diego Maradona para dirigir al primer equipo masculino del deporte más popular del mundo. Por supuesto nadie lo creyó, y mucho menos se animaron a repetirlo. “¡Qué atrevidos se pusieron como para jugar con los sentimientos de los triperos!”

Pero la cosa empezó a tomar fuerza. Tanta fuerza que poco a poco fue tumbando al resto de las opciones. Podrán decir que fueron factores externos los que metieron la cola, yo les aseguro que su fuerza es suprema. A veces está bueno creer.

Las caras largas y los angustiantes silencios se revolearon enfrente. Ya no nos pertenecen. Todos empezaron a hablar del Lobo. Todos. En los diarios y en las radios, de la ciudad y otras ciudades del mundo. Por la calle, por la cocina, el comedor, por el baño. En la almohada. Con nuestros propios pensamientos. Miles y miles de corazones azules y blancos paralizaron la ciudad y mantuvo expectantes (demasiado) a los ajenos y extraños.

Y a algunos, como a mí, me comenzaron a resonar las voces de Bennato y Nannini. “Notti magiche, inseguendo un goal, sotto il cielo, di un’estateeee italianaaaa”. Una y otra vez, a cada instante. Era chiquita, pero me acuerdo de aquella melodía.

Otros, recordaron aquellos cinco minutos más gloriosos para el fútbol argentino: el Gol con la Mano y el Gol del Siglo. Mundial del 86. A los ingleses, después de Malvinas. La pelota Azteca. La consagración. La historia. Lo popular. La historia que una vez más tiene que ver con nuestro Club.

Cuántas cosas en la cabeza. Pero si viene, “¿cómo lo paga el club concursado?”, “¡Estamos peleando el descenso!”, “¿Qué será de nosotros?” No hay respuestas. No. Ni certezas de lo que vendrá.

Una vez más. No hay respuestas porque “el corazón tiene razones que la razón no entiende”. Maradona es el DT de Gimnasia. Lo popular en su máxima expresión. Dios. La fe intacta y reciclada. Lo simbólico.

Por la esta aparición divina, la ciudad es una fiesta. Azul y Blanco por todos lados. Créanme. No solo se ven las banderas, camisetas y gorros pincelando las diagonales, sino que se empezó a olerse Gimnasia en cada rincón. Todos hablan de Gimnasia. Hay quienes no pudieron dormir de corrido ni un solo día desde el sábado.

Y, ¡no sabés! Venían de todos lados. En bici, en tren, en auto, en avión o caminando. Todos quieren estar cerca de Dios.

Hace menos de un año hablábamos del “resurgimiento de Mendoza”. Un verdadero renacer para nuestros sentimientos curtidos. Necesitábamos una venda para salir a flote y lo qué pasó en el Malvinas Argentinas nos unió y mucho. Y por eso no la dejamos pasar un carajo, la disfrutamos, nos abrazamos y nos volvimos a mirar sin saber que el más grande del mundo se acercaba. Acá estamos, otra vez, bendecidos de gloria, gozando de intimidad con Dios. Todos juntos.

¿La salvación de la mano de Dios? No sé. Pero qué lindo se siente tenerlo en casa.

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